Los eminentes semiólogos del consejo encargado de orientar a los censores deben estar ansiosos por analizar el video que ensalza la dictadura. Lástima que por orden superior estén prohibidos de hacerlo. Con eso nos privan a los simples mortales de contar con un sesudo tratado sobre la forma de endulzar a una palabra que, sin duda, es una de las más amargas para los latinoamericanos. Para que ellos pudieran darnos su aporte sería conveniente que algún medio reprodujera el texto completo del video y así se le podría acusar (al medio, por supuesto, no a los autores del video) de atentar contra la Constitución y de fomentar el odio.
“Si esto es una dictadura, es porque el corazón les está dictando”, repite cinco veces el estribillo, como para que penetre en lo profundo de esa zona de la psiquis que no está controlada por la razón ni por la voluntad. Pero la repetición no es el único ni el más eficaz instrumento utilizado para ese fin. La clave está en la vinculación entre esas dos palabras, dictadura y corazón, que en el contexto de la canción son absolutamente contrarias. El objetivo es disolver la carga negativa de la primera en la ternura de la segunda. Así, todo lo que evoca la palabra dictadura (represión, asesinatos, opresión, intolerancia, arbitrariedad, corrupción) se evapora cuando ella corresponde al mandato del corazón.
De ahí a que en el inconsciente individual y colectivo se instale la idea de que las dictaduras pueden ser buenas, solamente hay un pequeño paso. Por eso, para que se cierre el círculo, y con el lenguaje que estuvo en boga en 1917, afirman que es “la dictadura del pueblo, patria y revolución”. Con toda la naturalidad del mundo, no solamente transforman a la dictadura en un régimen positivo e incluso deseable, sino que intentan instalarla en el subconsciente como algo propio de todas las personas.
Ninguna de las dictaduras de los últimos dos siglos quisieron reconocerse como tales ni permitieron que se las llamara de esa manera. Hasta para ellas resultaba una palabra oprobiosa con la que había que poner la mayor distancia posible. Incluso, los gobiernos que buscaban instaurar la dictadura del proletariado prefirieron –con bastante cinismo, por cierto– llamarse democracias. Siempre fue muy grande la carga negativa de la palabra.
Que logren o no maquillarla es un problema preocupante, pero no es el principal. Lo de fondo es averiguar por qué lo hacen. Si quisieran negar cualquier afán dictatorial, esta sería la peor entre todas las opciones posibles. La reivindicación de la dictadura solamente puede interpretarse como una declaración de pérdida o de abandono de la noción de democracia. La cancioncita es la aceptación de la derrota en la lucha por la significación de su proyecto como un régimen democrático. Por eso, no es casual que termine por reconocer que una dictadura no puede ser de todos, cuando pide “un aplauso para el corazón que con amor está dictando”. Un corazón. Uno solo, de una sola persona que está dictando. (O)