Aunque pueda parecer muy abstracto, creo que mis lectores merecen que explique cuál es la base sobre la que asiento las opiniones que expreso en estos artículos. Me parece evidente e indudable la existencia del espíritu como sustancia distinta y trascendente a la materia. La evidencia palmaria es que me siento libre, todos tenemos la íntima conciencia de que podemos elegir una opción en relación a otras. Hay muchos teóricos que niegan la existencia de la libertad con varios argumentos... habría que ver la que arman si se les dice que, como no somos libres, no podrán elegir el plato en el restaurante ni la pareja de su vida. Lo que se puede probar desde la especulación lógica tiene que ratificarse desde la acción ética (del etos, de la conducta), si no, no tiene sentido. Claro que hay quienes dicen que, en efecto, tus papis, el Estado o los jerarcas religiosos tienen que decidir por ti, pero los que así hablan o quieren ser los que deciden o hablan a órdenes de los que sí deciden. El galeote y el esclavo siguen siendo libres a pesar de sus cadenas. Obligados a cumplir una voluntad que no es suya, en el fondo de su mente, aún pueden decidir qué quieren y considerar mejor para ellos tal o cual posibilidad. Lo que se le puede impedir a una persona es ejercer su libertad, pero no quitársela.

Esta facultad, la de decidir en libertad, nos aparta radicalmente de la materia, cuya esencia le impone funcionar de manera absolutamente predeterminada, es decir según las llamadas leyes naturales. Hay entonces en nosotros un hálito, un alma, un componente esencial que nos diferencia radicalmente de la materia... (la palabra radical no está aquí por retórica). ¿El espíritu? Llámalo así. Si la lógica demuestra que nada proviene de la nada, la materia no puede generar algo que no es. El espíritu debe provenir de una fuente trascendente a las cosas, tal como lo es el propio espíritu con respecto a la materialidad humana, al cuerpo. ¿Dios? ¿Si no, qué?

Todo ateísmo es un materialismo. El materialismo es necesariamente determinista. Para los deterministas la libertad resulta imposible y hasta ridícula, siendo coherentes al creerlo así. La libertad es el valor supremo de lo humano y lo que nos define como tales. Es la que permite la existencia de la ética y del amor, puesto que una y otro no tienen valor alguno si no parten de la libre volición. De allí mi insistencia en que quien se declara religioso debe considerar a la libertad como bien supremo, como la manifestación constitutiva del espíritu y como la participación en la sustancia divina. Por supuesto que es común un deísmo determinista, es decir la creencia en que estamos determinados para siempre por la voluntad divina, pero esta idea llevada a sus últimas consecuencias, convierte a la ética y a la misma práctica religiosa en irrelevante y absurda. Por eso, el punto inaugural de la reflexión religiosa debe ser la libertad antes de ningún otro concepto.(O)

Esta facultad, la de decidir en libertad, nos aparta radicalmente de la materia, cuya esencia le impone funcionar de manera absolutamente predeterminada.