En nombre de la viveza, que en el mundo de la publicidad seguramente llamarán creatividad, cometieron un largo rosario de delitos. Con engaños y mentiras ofrecieron a un grupo de personas un viaje hacia un destino falso. La media hora de vuelo la multiplicaron por cuatro o cinco para hacer que la farsa sea convincente. Se dieron el trabajo de disfrazar con servicios de migración, aduanas y personal internacional a un aeropuerto de provincia. Falsificaron sellos de otro país y, con toda soltura, los estamparon en los documentos de viaje. Con la complicidad de quién sabe qué autoridades locales, cambiaron las señales viales. Bloquearon la comunicación de los celulares y las conexiones a internet para evitar que pudieran comunicarse y conocer su verdadera ubicación. Solo cuando se instalaron en el sitio escogido les dijeron la verdad.

En cualquier otro país, los funcionarios habrían sido inmediatamente destituidos y la Fiscalía, sin necesidad de recibir órdenes superiores, habría instaurado una causa en su contra. Claro, en cualquier país. Pero, como bien se sabe, se comprueba y se agradece, no estamos en cualquier país sino en la cuna del sueño ecuatoriano. Esa cuna que es mecida generosa y paternalmente por su propio dueño. Ese lugar del mundo donde una sucesión de delitos como estos, cometidos intencionalmente por funcionarios gubernamentales, se soluciona con una escueta disculpa al otro país, ni siquiera a los engañados, mucho menos a la ciudadanía. Sin mayores trámites entró al terreno del olvido y pasó a engrosar la larga lista de impunidades.

Es una ingenuidad esperar que el fiscal y el contralor se pusieran a contar cuántas leyes se violaron y comenzaran de inmediato a actuar. Publicidad engañosa, secuestro, violaciones al derecho internacional, en fin, ahí tienen un amplio menú para escoger por donde comenzar. Pero, ellos reaccionarán –si llegaran a hacerlo–, como lo han hecho hasta ahora solamente cuando los responsables ya no estén acá y no puedan regresar porque estarán ocupados en la interminable celebración del matrimonio de un hijo. Mientras tanto, las dos autoridades de control no encontrarán razones para dejar de asistir a los homenajes oficiales que recibirán los involucrados en agradecimiento por los valiosos servicios prestados (¿o vendidos?) a la patria. Así mismo, sonaría a mal chiste si alguien dijera que tiene esperanzas de que venga una iniciativa desde la Asamblea, cuando se puede comprobar que sobran los dedos de una mano para contar a los asambleístas que aún recuerdan que una de sus funciones es la fiscalización.

Más allá de los delitos, que son gravísimos, este episodio daría para hablar sobre la autoestima colectiva, el amor patrio, la soberanía, el orgullo nacional y tantas otras palabras altisonantes que constituyen el credo del correísmo. Durante ocho años las han repetido religiosamente en todos los discursos y en los miles y miles de piezas publicitarias con las que interrumpen la programación de los medios. Se han llenado la boca de patriotismo, pero a la primera oportunidad lo sepultan con una mentira cuidadosamente fabricada. Todo ha sido viveza disfrazada de publicidad.(O)