Como no milito en ningún movimiento el compromiso era conmigo mismo, con lo que soy: novelista, perdón por la arrogancia. No concibo a alguien de mi oficio si no está tomándole el pulso al mundo, sintiéndose, sabiéndose, apasionándose de alguna manera. Proust pudo ser un escritor de gabinete, ¡pero porque su condición homosexual y su enfermedad lo ponían a caminar por las cornisas de la emoción! Claro que también jugaba su talento, ese es otro tema. En cualquier caso, un escritor no puede ser ni un palanqueador ni una mascota.
Sobre todo debía ir porque como narrador pertenezco al amenazado género de los trabajadores del lenguaje. Comenzaron haciendo despedir a los entrevistadores. Escarnecieron y persiguieron a columnistas. Ahora cargan contra los caricaturistas. Ya se van contra los cómics (¿qué tendrán en la cabeza los que no entienden que Olafo es la más corrosiva sátira al machismo que se ha hecho?). Terminarán confiscando libros... puedo apostarlo.
Mejor no ir porque llueve... Mejor no ir porque me duele el brazo... Mejor no ir porque me he olvidado la bufanda. Nadie me convocó y tenía que motivarme solo. Me encontré con Óscar, ya en los años setenta protestábamos juntos contra las dictaduras. Sesentones que no hemos despertado de los sueños republicanos. La inclemente lluvia paramera hacía prever una escasa concurrencia. ¡Pero qué encontré! Cien mil personas, no menos, que con absoluta espontaneidad marchaban hacia la plaza de San Francisco. Tan espontáneos que no hubo oradores, ni tarimas, ni buses, ni sándwiches, ni vedettes. El puro deseo de manifestarse llevó a obreros, a muchos obreros, maestros, estudiantes de todas las universidades, a artistas, a viejos, a jóvenes... a muchos jóvenes, a mujeres, decenas de miles de mujeres. Una deliciosa fanesca, un plato biodiverso. Multitud multicolor, multiétnica. Osos, cabras, jirafas, potros..., nada parecido a un rebaño uniforme de ovejas. Todos sabían a lo que iban, a nadie le llevaron. Todos tenían su reclamo personal contra la autocracia. Los que pedían libertad de expresión, los que se afectan con las salvaguardias, los que están contra la errática política laboral, contra la exacción impositiva, a los que les recortaron la jubilación, los que defendían sus fondos de cesantía, los que no quieren que se metan en su vida sexual, la inmensa mayoría contra la reelección indefinida. Si algo no faltaba eran propuestas, había una por cada manifestante. Cuando todo el mundo se fue, un grupo de veinte camorristas –¿o inflitrados?– enmascarados trató de provocar incidentes. Si ese hubiese sido el espíritu de la marcha lo habríamos hecho cuando estábamos cien mil y a ver en lo que terminaba. Este epílogo fue un sospechoso show incendiario para desprestigiar a la protesta.
Marchen, que marcharán en las urnas, dijeron en su cínico endiosamiento. ¿Quién dijo miedo? Vamos a las urnas, vamos a la consulta. El totalitarismo, porque eso es lo que vivimos, es un uroboro, la serpiente que se muerde la cola. De tanto meterse en todo, termina metiéndose con todos y todos tienen algo que reclamarle. (O)