De la “emoción de la alegría” nació el gesto “espontáneo” de los futbolistas alemanes durante las celebraciones en Berlín, declara Wolfgang Niersbach, presidente de la Federación Alemana de Fútbol, intentando justificar lo acontecido durante las celebraciones del equipo y sus fans este martes en Berlín. Así que de la emoción de la alegría, en lugar de surgir un baile liberador y alegre, sin complejos, nace el “baile del gaucho”, un grotesco gesto de seis jugadores alemanes que abusando de la posición de poder que les concede el triunfo, arrastraron al pueblo al que representan de vuelta a las tinieblas del desprecio frente al otro, a la trampa del “orgullo nacional” y del sentimiento colectivo (racial) de superioridad. Sí, es un gesto nazi, como afirma el periodista argentino Víctor Hugo Morales, y los jugadores alemanes perjudicaron a un país que se esfuerza por borrar la terrible mancha de su pasado.
Texto y coreografía del “baile del gaucho”, reestrenado este martes frente a la Puerta de Brandemburgo (ya lo bailaron en 2008, contra los españoles), dividen al mundo entre: “los alemanes” (que andan erguidos y caminan como orgullosos ¿soldados?) y “los otros” (los gauchos, los argentinos, los españoles, da igual, que caminan encorvados, como los chimpancés, ¿no?). Que el fútbol sea una plataforma para el entendimiento de los pueblos, para la hermandad, para el diálogo entre culturas y el respeto se prueba cada vez más utópico. El fútbol no parecería unir sino separar. Las tribunas se convierten tantas veces en plataformas para desfogar el racismo y la violencia, y muchas hinchadas son hervideros de regionalismo, xenofobia, homofobia, etcétera.
El buen ganador es un tipo magnánimo, alegre, liberado de sus complejos de inferioridad (que los tenemos todos, por supuesto, no solo los alemanes, un complejo de inferioridad que se revierte en complejo de superioridad, dos caras de la misma moneda). El baile de los alemanes en la puerta de Brandemburgo, frente a un millón de espectadores y una flota de cámaras de televisión, debería considerarse una vergüenza nacional, símbolo de cómo no se debe celebrar una victoria. Pero algunos parecen contentarse con la excusa de que otros equipos e hinchas hacen lo mismo: desprecian al otro, gozan no tanto de la dulzura del triunfo como de la humillación del derrotado.
“No es de ninguna manera despectivo” sigue defendiéndose el presidente de la Federación Alemana de Fútbol, “tenemos gran respeto por Argentina”. ¿No es despectivo, señor Niersbach, el cantarle a los argentinos “así caminan los gauchos” (como monos, atrás, atrás en el desarrollo evolutivo), y “así caminamos los alemanes” (erguidos, civilizados, orgullosos)? ¿Es respetuoso contra un pueblo reducirlo a un estereotipo y encima de ello identificar este estereotipo con un ser “inferior”? Pero quizá los malinterpretamos y lo que quieren decir en realidad es que los gauchos caminan encorvados porque les pesa la derrota, mientras que a los alemanes el triunfo les hincha la frente de orgullo y les hace caminar erguidos, mirando al sol.
Desde la antigüedad griega se consideraba que el ser humano, por ser aquel que anda erguido y cuya cabeza corona el cuerpo, posee la capacidad de mirar hacia el cielo (hacia lo divino) y de pensar racionalmente. Ya desde el Renacimiento se cree que lo esencial es que la razón, la mente racional, controle los impulsos de cuerpo, y de ello es símbolo que la cabeza esté sobre el cuerpo, en la parte más alta y controlándolo. Será entonces que los gauchos se dejan llevar por las pasiones, mientras que los alemanes se destacan por una racionalidad infalible. Será que con su baile los futbolistas alemanes querían demostrar qué tan reflexivos son. Y como les salió el tiro por la culata, Niersbach los justifica diciendo que no, que no estaban pensando sino que su gesto nació de las emociones. Ah, así que los que piensan con las emociones, o con otras partes del cuerpo, son esos futbolistas, que no los gauchos. Lo hicieron al revés el baile, me parece.
Lo interesante de la imagen que tenemos del otro (la Heteroimago) es que está determinada por la imagen que tenemos de nosotros mismos (la Autoimago). Si una cultura desprecia a otra es porque se considera superior, pero este desprecio es en el fondo un acto de odio que nos coloca en una posición de inferioridad. Pero quizá los estemos juzgando muy duramente y lo que en realidad sucedió es que Miroslav Klose, André Schürrle, Shkodran Mustafi, Mario Götze, Roman Weidenfeller y Toni Kroos se pasaron la noche tomando mate y leyendo el Martín Fierro, a consecuencia de lo cual les agarró una envidia infantil e irracional contra ese heroico gaucho: valiente, aventurero y soberano.
Dejándonos de bromas, lo más seguro es que los futbolistas no tengan la mínima idea de lo que es un gaucho y de que jamás hayan leído el Martín Fierro. Probablemente el único gaucho que han visto es el del logotipo del Club Mate (bebida que en Alemania se está consumiendo ya casi tanto como la cerveza). A ninguno se le ocurriría preguntarse si hay algún gaucho en el equipo argentino o si todos los argentinos son gauchos. Pero los estereotipos son así: para muchos, los alemanes son todavía “unos nazis”, mientras que los argentinos son todos “unos gauchos”. ¿Qué insulto será peor? Por ahí y mientras creían estar insultando al equipo argentino (al país) los futbolistas alemanes se estaban insultando en realidad a sí mismos y, lamentablemente, por estar representándolos, a todo su país. Porque cuando cualquier hijo de vecino en Berlín o Stuttgart te dice: “Ganamos el mundial”, así, en primera persona del plural, está asumiendo que esos jugadores los representan. Hasta donde sé, ni el panadero de la esquina ni la chica que hoy pasó por mi calle teñida el pelo del tricolor alemán metieron goles durante el mundial. Y eso de que otros nos representen puede resultar un arma de doble filo.
El fútbol no parecería unir sino separar. Las tribunas se convierten tantas veces en plataformas para desfogar el racismo y la violencia, y muchas hinchadas son hervideros de regionalismo, xenofobia, homofobia, etcétera.