Pilar Rahola está cansada, pero no lo dice. Acaba de dar una conferencia ante un grupo de periodistas y respondido a sus preguntas, pero no rehúsa una conversación. Es una mujer apasionada y vehemente, le digo que se le nota y le pregunto si cree que la pasión hace falta para el ejercicio del periodismo. “No, pero para las convicciones sí, yo tengo la suerte de que en este momento hago periodismo de opinión con lo cual le puedo poner toda la pasión que quiera porque es mi propia mirada, mi propio análisis. Yo no hago información, me muevo en un mundo de ideas y me sale lo pasional, porque me muevo en el terreno de las convicciones. Creo mucho en las ideas que expreso y defiendo y en el fondo estamos en un combate de ideas que es muy enriquecedor, pero también muy abrupto, pero seguro que también es mi carácter, soy pasional, con mis ideas, con mi gente, con la vida misma”.

Usa varias veces la palabra “ideas” y tiene sus razones: “Me preocupa mucho que el pensamiento se ha convertido en la repetición de la consigna, me preocupa que la mayoría de la gente tiene más respuestas que preguntas y me preocupa mucho que se haya abandonado el debate. Creo que uno puede militar en un partido o en otro, tener una ideología u otra pero, fundamentalmente, tener su propio pensamiento, ser su propio pensador. En el mundo de las ideas en el que yo quiero estar, no siempre me encuentro con ideas, me encuentro con repeticiones, con consignas que las recibieron de otros. Hay que volver a hacerse las preguntas correctas y hay que volver a enterrar las respuestas fáciles”.

Mientras la escucho, pienso en la relación que existe entre lo que dice y la ciudadanía, lo digo y ella comenta: “Claro que existe una relación. ¿Por qué hay más creyentes que pensadores? Porque es más fácil creer que pensar. El ciudadano no es lo que cree, es lo que piensa. La única forma de relacionarse con su entorno social es desde su propia mirada. No se puede vender el alma a lo que nos digan los otros, uno tiene que interrogarse sobre los abismos interiores del ser humano. Cuando pierdes la capacidad de interrogar has perdido la ciudadanía, eres un siervo. La diferencia entre el ciudadano y el siervo es fundamental, es el verbo pensar y cómo lo conjugas. El siervo acepta la consigna, la digiere, tiene una relación mesiánica con el poder. El ciudadano es el que decide con su propio criterio lo que acepta”.

Pilar, que es una catalana filóloga y periodista, que un tiempo participó en política activa como diputada y como vicealcaldesa de Barcelona, hoy es miembro del Consejo Asesor para el proceso de independencia de Cataluña, autora de varios libros, es también una periodista de experiencia, incluso ha sido corresponsal de guerra, estuvo en la del Golfo, cubrió también la caída del muro de Berlín y el proceso de independencia de los países bálticos; como periodista de opinión ha colaborado con El País, de España, La Nación, de la Argentina y el Diario de América, de Estados Unidos y hoy es columnista de La Vanguardia, de Barcelona, vuelve al tema del periodismo y de la democracia cuando la conversación nos lleva a hablar de los derechos sociales. Con mucho énfasis dice: “La única forma de garantizar los derechos sociales es garantizar la libertad de expresión. Me da pánico el gobierno que cree que puede legislar sobre periodismo, el único límite es lo que diga la ley sobre la injuria, pero eso requiere de un gran respeto entre los poderes, de una Función Judicial independiente y de un Parlamento que cumple con su deber, igual que el Ejecutivo y con su independencia confirman y consolidan la democracia. Cuando el uno se considera por encima del otro estamos asistiendo a la muerte de la democracia, porque hay fuga de derechos y de libertades. No me asusta el periodismo libre, ni el político libre, independiente, que a veces toma decisiones impopulares, pero tiene que entender que existe el pensamiento crítico que en una democracia es fundamental, por eso no puedo entender cuando el Ejecutivo decide cómo se hace periodismo”.

Comentamos aquello de si el periodismo es o no un poder, Pilar cree que sí y dice de dónde le viene: “El poder del periodismo radica en que observa la realidad, la interpreta y la explica. A veces observa e interpreta realidades opacas que no siempre se quieren mostrar. El periodismo tiene un gran papel en las democracias, busca en los recovecos, en las esquinas, allí donde no hay luz pone luz y le dice a los ciudadanos por allí te mintieron, explica los conflictos y lo tiene que hacer rigurosamente, profesionalmente, correctamente”.

Y así hemos vuelto al tema de la democracia y de sus inquietudes sobre ella, entre esas, el populismo que “siempre va ligado al mesianismo y convierte a los políticos en dioses. El político populista trata a los ciudadanos como menores, es un salvador de la patria que no los concibe como mayores de edad, sino como corderitos que van donde él quiere. Establece con ellos una relación sentimental, no racional, que crea dependencia, está a un paso del fascismo de izquierda o de derecha”.

Para evitarlo hace falta ciudadanos educados, la pregunta es ¿a quién le toca educarlos en ciudadanía? “A la escuela y al periodismo –responde–, el pensamiento crítico se hace desde la prensa, desde los analistas, los comentaristas, quienes escriben para explicar las cosas porque el pensamiento crítico genera pensamiento crítico. Todo poder puede ser peligroso, por eso es necesario el equilibrio, nadie con el poder absoluto. Tiene que haber control de unos a otros”.

Pero ¿es posible que el periodismo sobredimensione su papel? “Si eso sucede es porque fallan los demás y entonces es posible que el periodista se sienta salvador de la patria y ejerza más allá de donde le corresponde y si es así, es porque algo ha fallado en el sistema, por lo tanto, es un síntoma de una enfermedad. Las democracias solventes, sanas, se limitan a sí mismas. Cuando un periodista puede difamar libremente es porque falla el poder Judicial, pero al revés, si un periodista no puede decir lo que piensa es porque falla el político”.