Estoy seguro de que casi todos los ecuatorianos habrán escuchado alguna vez de las bondades turísticas que ofrece Imbabura y en particular Otavalo; muchos conocerán su tradicional y afamado mercado de artesanías, llamado la Plaza de los Ponchos. En tiempos no muy lejanos, Otavalo ostentaba ser uno de los tres destinos turísticos más preferidos del país; su variedad artesanal, paisajes exuberantes y la exquisita cultura nativa de los lugareños deslumbraban tanto a visitantes nacionales como extranjeros. Hoy, Otavalo no figura ni en los diez primeros lugares de preferencia turística del Ecuador. Los otavaleños no hemos sido capaces de replantear el gran potencial turístico que tenemos, acorde con las exigencias contemporáneas. A voz de una turista: “Aquí se está matando a la gallina de los huevos de oro”, a vista y paciencia de todos y todas.

Desde que tengo uso de razón, la Plaza de los Ponchos ha sido la vitrina de las manufacturas que realizamos en mi familia, desde tiempos inmemoriales. Es habitual que en ocasiones encontremos nuestros puestos de trabajo –un área de dos metros– llenos de botellas vacías, colillas de cigarrillos, sangre, vómitos y orines, por lo que siempre es oportuno llevar nuestros propios implementos de aseo. El último sábado, día mayor de feria, no era la excepción para esta inmundicia, por más limpieza que se hizo, tuvimos que soportar aquel olor nauseabundo todo el día. Es lamentable que aquel lugar tan turístico y afamado, considerado por algunos como patrimonio cultural, se haya convertido en la noche en guarida de malandrines y bebedero de fin de semana. Para colmo, hace ya como un año, unos dos “dirigentuchos” de la plaza, con la venia de las autoridades ambientales y municipales, decidieron acabar con todos los árboles del sector, aduciendo que eran viejos y que representaban un peligro para propios y visitantes. Vista desde la terraza de un edificio circundante, la plaza saturada con su telaraña de sogas, toldos de tela y plásticos viejos parece un basural en medio de la ciudad.

Ni las ocasionales visitas del presidente Correa a la plaza, ni el ostentar tener una lugareña en la jefatura legislativa, ni haber tenido un “alcalde indígena” bastaron para que alguien se sensibilice de esta penosa situación; porque ahí no se ha invertido ni una sola piedra, ni un solo centavo, desde hace más de 40 años; cuando una europea se había compadecido y financiado la construcción de las sombrillas de cemento o llámese “callambas”, que por hoy no dan abasto a casi nadie.

La Plaza de los Ponchos, llamada motor de la economía local, está en decadencia; ni el auge revolucionario, ni los paquetes verde de la bonanza petrolera han hecho caso de su agonía, profundizando su inexplicable mala racha. Para completar y evidenciar mis palabras, Otavalo no ha sido tomado en cuenta, ni en una fracción de segundo, en el famoso y costoso video publicitario turístico mundial llamado All You Need Is Ecuador. Posiblemente seguiremos limpiando orines y retirando excrementos del lugar, para seguir trabajando, mientras pensamos sobre la equitativa distribución de la riqueza de nuestro país.