Las películas deben tener una calidad estética que emocione y satisfaga al espectador. Esta lo hace y bastante, entre otras virtudes por esas soberbias actuaciones de Matthew McConaughey y Jared Leto, sendamente oscarizados. Que un filme tenga “mensaje” no tiene relevancia artística. Pero que lo tenga no estorba y hasta puede ser mérito si lo hace con discreción.
El guion, basado en una historia real, va de un electricista aficionado al rodeo que es diagnosticado de sida y le pronostican treinta días de vida. Ilegalmente obtiene el medicamento AZT, entonces en prueba, pero el suministro se corta y le recomiendan ir a México para ver a un médico que ha perdido su licencia, pero que trata la enfermad. El facultativo clandestino le dice que el AZT es venenoso y le receta un tratamiento alternativo. La fórmula funciona y Ron, el protagonista, regresa a Estados Unidos, donde se dedica a contrabandear las medicinas que lo han ayudado y luego otras traídas de todas partes, cuya característica principal es que no han sido aprobadas por la FDA (Administración de Drogas y Alimentos, agencia del gobierno norteamericano). Para este propósito, asociado con el travesti Rayon, crea el Dallas Buyers Club. La idea es muy exitosa, pero la FDA persigue al Club. El electricista responde con una vigorosa resistencia legal, muere tras siete años de batallar por su vida y por liberalizar los reglamentos.
La película, como sin querer, y eso es lo interesante, arremete contra el racismo, la homofobia y la discriminación de los enfermos de sida. También muestra, y hasta lo demuestra, que el libre emprendimiento no beneficia a los ricos, si es verdaderamente libre permite a obreros y prostitutos desarrollar proyectos exitosos, aprovechando la torpeza intrínseca de las megacorporaciones, por más protegidas que estén por los burócratas. Pero el tema central de la cinta, dirigida por el quebecua Jean-Marc Vallée, cuestiona el poder estatal para imponer “el bien” a los individuos. Papá Estado te va a dar la pastillita que te conviene, tú eres un niño que no sabes qué es lo mejor para ti. Contra lo que quieren hacernos creer los estatistas, que el gobierno debe proteger a la gente de los intereses de las grandes compañías, el filme expone, y es obvio, que las transnacionales y las agencias estatales se colusionan con frecuencia para hacer obligatoria una determinada idea de salud.
Suelo decir que creo en la medicina racional, científica, moderna, alópata, occidental y, cuando es posible, americana. Pero ese es mi muy personal punto de vista, que no pretendo imponérselo a nadie. La verdad se demuestra por sí misma, en el caso de los métodos curativos, de una manera que puede ser cruel, eso basta. Supongo que eso es lo que llaman “medicina basada en evidencias”. Si un concepto necesita de la fuerza pública y de poderosos funcionarios para “convencer” a las personas de su veracidad, muy probablemente es falso y además buen negocio para alguien. ¡Si no lo habremos visto!









