Debo reconocer que hoy vemos más agentes que se esfuerzan cada día por cambiar aquella mala percepción de la que se habla por las calles. A buena hora podemos ver que se apuesta por los jóvenes; hombres y mujeres que han cambiado de cierta forma por lo menos mi parecer.

Miércoles 12 de junio de 2013, por la noche, en la intersección de av. Plaza Dañín y av. Pedro Menéndez Gilbert, en una hora pico; un desconocedor del sector como soy, confundo mi camino y no subo el paso a desnivel que guía al sur, por lo que voy por la vía que espera el semáforo y recorro 15 metros de un sector que no estaba cerrado con los bordillos comunes que separan la vía de la Metrovía, me hubiera encantado encontrarme con un agente amigo, ¡me tocó uno de los otros! Me detiene y pide documentos, a lo que accedo con tranquilidad: ¿Qué infracción cometí? “Artículo 140 inciso C”, contesta. Miré hacia atrás y logré identificar mi error. No hay problema, contesté. Por mi error me tocó aceptar el castigo, ya que como indica la ley “el desconocimiento no exime de culpa”.

El agente demoraba su actuar, por lo que pregunté: ¿Qué sucede? Me responde con otra pregunta: “¿Si sabe que son 4.5 puntos menos?”. No sabía, contesté. En ese momento miro hacia atrás e identifico que otro conductor comete el mismo error, y le comento: ¿A él también lo van a citar, verdad? Y su respuesta no me pudo incomodar más: “Depende si es un servidor público, si es una mujer embarazada o cualquier otra situación”. –Yo me encontraba con mi esposa, servidora pública y embarazada–.

Ya con mi incomodidad notoria por la respuesta, llamo a un segundo agente que le acompañaba y le comento: La ley es para todos, sea quien sea; la ley es la ley”, por favor realice la citación. Él, incómodo por mi actuar, detiene el segundo vehículo aproximadamente unos 15 metros delante de mi auto, se acerca y solicita documentos para luego caminar aproximadamente 15 metros detrás de mi vehículo, segundos después el conductor del nuevo vehículo en problemas lo alcanza, situación que me incomoda aún más, por lo que salgo con celular en mano dispuesto a captar la situación, en ese instante el agente se me acerca ya muy mal encarado, me grita que no tengo autorización para tomar imágenes de su actuar, le indica al primer agente que tome mis datos para pasar un informe, entiendo que por captar imágenes de lo que sucedía, ya que la citación por más que demoraba, la esperaba.

He tenido la oportunidad de salir del país, tengo familiares y amigos viviendo fuera del Ecuador, y todos llegamos a una conclusión tácita: nos falta mucho para que se vea a un agente de tránsito como amigo. Allá fuera todos hablan de todos los servidores públicos como amigos vendedores de turismo, gente amable pero sobre todo respetuosa contumaz de la ley.

¿Qué nos hace falta?

Josué Alberto Tomalá Rosales, Guayaquil