El DRAE define al civismo como el celo por las instituciones e intereses de la patria y también como celo y generosidad al servicio de los demás ciudadanos; y, al dos veces nombrado celo, como cuidado, diligencia, esmero que alguien pone al hacer algo, así como interés extremado y activo que alguien siente por una causa o persona.

Esos conceptos nos permiten medir el civismo ajeno; pero, antes, con la honestidad que debe caracterizarnos, debemos hacerlo con el nuestro, como prueba elemental de nuestra madurez y honradez intelectual y moral.

¿Qué ocurriría si todos practicáramos el civismo y qué si ninguno lo hiciera?

Ambos extremos parecen imposibles de producirse; pero podemos pensar en mayorías…

Seguramente usted, como yo, deseamos que esa virtud resplandezca en el ser y actuar de la mayoría de nuestra población; mas ¿se trabaja en conseguirlo?

Hemos de reconocer que, en asuntos como el que tratamos, no solamente es necesaria la teoría o formación doctrinal, sino que, de manera muy especial, el ejemplo es el que más forma o deforma.

Hasta aquí, seguramente estamos conformes en que necesitamos ambientes en los que se puedan sembrar semillas del civismo y cuidar que fructifiquen y se desarrollen en la mente y el corazón.

Si pensamos cuál debe ser la primera escuela del civismo, se nos viene a la mente la familia. Entonces nos apena que no todas estén imbuidas del fervor ciudadano, donde se predique de palabra y con el ejemplo el respeto y amor ni a la patria toda, ni a la pequeña, la cercana: la ciudad, la parroquia, el barrio, el anejo o el recinto.

Triste situación: si el hogar no ha sembrado la semilla del civismo, ¿será fácil hacerlo en la escuela?

No fácil, pero sí posible. Muchos educadores son recordados por infinidad de personas como aquellos que les enseñaron, inculcaron y les ayudaron a practicar el civismo. ¡Benditos sean!

Luego, el colegio y la universidad, a medida que crecemos, son los campos propicios para cultivar y poner en práctica los principios cívicos con los que fuimos formados y no se diga cuando ingresamos al servicio militar o al mundo laboral, y con nuestro esfuerzo, colaboración y aporte, incluso en impuestos, tasas y contribuciones, aportamos para el bien común.

Creo que pueden considerarse como escuelas de civismo el hogar, la escuela, el colegio y la universidad, pero también las familias ampliadas y las iglesias, las organizaciones barriales, estudiantiles, clasistas, gremiales y políticas.

¡Ah!, si los partidos y movimientos políticos tuvieran verdaderas escuelas de formación cívica (…), otro sería nuestro devenir social.

Concluyo citando la primera y la última estrofa de Alfabeto para un niño de J. J. Olmedo:

Amor de patria comprende cuanto el hombre debe amar: su Dios, sus leyes, su hogar y el honor que los defiende. Zelo en cumplir su deber en cualquier condición, será la única ambición que un niño debe tener. ¿Fortaleceremos nuestras escuelas de civismo? ¿Sería tan amable en darme su opinión?