Leí en el MIT Technology Review que Buzz Aldrin, el segundo hombre que pisó la Luna, decía que cuando él y Neil Armstrong protagonizaron su hazaña, esperaban que para este tiempo, la segunda década del siglo XXI, estaríamos dando caminatas por Marte, y que en lugar de eso ¡tenemos Facebook! El artículo recuerda que el triunfal vuelo a la Luna se produjo como parte de una serie de éxitos tecnológicos que se dieron durante todo el siglo XX: el automóvil, el avión, la erradicación de la viruela, la televisión, la radiodifusión, es decir, todos los logros e inventos que hacen lo que llamamos “vida moderna”. Pero los vuelos a la Luna cesaron en 1972, ahora volamos en aviones más lentos que el Concorde y, salvo el desarrollo de la computación, que ya parece superfluo, no hay un nuevo artilugio que de manera contundente nos muestre que avanzamos. Los “inventos” de nuestro tiempo (teléfonos inteligentes, Twitter, pantalla de plasma) están dirigidos a crear necesidades falsas y no a resolver problemas reales.
Nada de lo que se soñó en los dorados años de los viajes a la Luna se ha conseguido: controlar el clima, curar el cáncer... concretamente, hemos sido torpemente incapaces de conseguir una fuente de energía limpia y confiable.
Vivimos reclinados cómodamente en la abundante oferta de combustibles fósiles. Aunque el cambio climático no sea causado por la quema de hidrocarburos, nadie puede negar que la contaminación es, en última instancia, una grave violación del derecho a la vida, los “liberales”, que a nombre de la libertad de empresa quitan importancia a este hecho, solo demuestran estar fondeados por las petroleras.
Pero la situación es mucho más grave, Occidente ha sido la civilización que hizo posible ese despegue tecnológico y científico. Han sido las instituciones liberales, capitalistas, republicanas y racionales occidentales las que pusieron el marco cultural y político en el que se produjeron los mayores avances que jamás logró la humanidad. Si este marco se desvanece, volveremos a la constante histórica de opresión, ignorancia y pobreza.
La libertad que hace posible lo occidental ha tenido dos enemigos que frecuentemente se confabulan: las tiranías y la superstición. Se esperaría que los sistemas republicanos de derecho se extiendan cada vez más por el mundo, pero no es así. Gracias a los ingresos ingentes que les proporciona la venta de combustibles fósiles, los modernos déspotas tienen asegurada su prevalencia y son cada vez más audaces para socavar los muros de nuestra civilización. En la búsqueda de nuevas formas de energía que remplacen al carbón, gas y petróleo, el tema no es el negocio, está en juego la supervivencia misma de nuestra cultura y nuestros valores. Estados Unidos dedica solo un 2 por ciento de su gasto en investigación y desarrollo para esta cuestión crucial. Es penoso constatar que no existen élites creativas y visionarias capaces de asumir el reto de estos tiempos y una nueva edad oscura nos espera a la vuelta de la esquina.