Dizque en una corrida de toros de pueblo un ebrio se bajó al ruedo, ya en la arena vio dos toros, uno que no era y otro que sí era. Para huir de la doble amenaza regresó a mirar, encontrándose con dos burladeros, uno que no era y otro que sí era. Corrió hacia uno de ellos, el que no era ¡y le cogió el toro que sí era! Me acordaba de este chiste a propósito de los despropósitos que hemos visto en los últimos días. Visión doble, amenazas que no eran, peligros que sí eran, salidas que no eran... como en la chanza, el asunto es la ebriedad, la ebriedad del poder.

Un exlegislador de la oposición, a quien no conozco ni en pelea de perros, es condenado en un juicio penal. Consigue huir a Panamá, donde solicita asilo político. Una desusada y nutrida comisión va a agenciar la extradición, anticipándose a que se ejecutoríe la sentencia. Es verdad que las extradiciones deben ser gestionadas por el Poder Ejecutivo, pero ¿qué país envía catorce personas, entre las cuales un ministro, un viceministro y el fiscal general, a tramitar la extradición de un reo? ¿Querían impresionar? Si Lara es inocente, asusta la movilización gigantesca para perseguirlo. Pero mucho más me espanta la posibilidad de que sea culpable y que no se lo castigue por causa de la poca credibilidad de la justicia ecuatoriana, famosa ya a nivel internacional por los chuquiseven, las metidas de mano y las objeciones de su propio veedor, el exjuez Garzón. A este desprestigio súmese la “patética” caravana de funcionarios que fue a meterse en el burladero que no era y...

Estaba viendo la cadena que le endilgaron a Alfredo Pinoargote, en la que tergiversaron groseramente sus palabras, pues daban a entender que el comentarista ha sostenido la inocencia de Galo Lara, cuando lo que hizo fue señalar, como aquí lo hacemos, lo contraproducente que fue el tour a Panamá ¡para los propósitos del gobierno!... Bueno, en ese mismo espacio pasaron un desenfrenadamente cursi spot publicitario, en el que para fines políticos se utiliza a una inocente niñita. Horas después, agenciosos y apuraditos, un defensor del Pueblo y una jueza, a pretexto de defender los derechos de otra niña, censuran un libro sobre la masacre de los taromenanes. Los libros siempre fueron en el Ecuador un espacio sagrado, que yo recuerde jamás en los últimos cuarenta años hubo este tipo de censura en el país. Aterroriza, más todavía tratándose de la obra de un misionero, una periodista y un investigador, cuyas credenciales y conocimientos son indudables. El Gobierno se lava las manos... ¿Cuál es el verdadero toro? Si el par de funcionarios, que no fueron nada agenciosos con el mentado spot, actuaron de motu proprio en el caso del libro, es tanto o más terrible que si los hubiesen presionado desde arriba, porque demuestra que el aparato represivo ya actúa en automático contra toda manifestación de disidencia... ¡Cuidado, ese es el toro que sí era!