Con ironía, Marx reinterpretaba a Hegel al decir que en la historia los hechos se producen dos veces, una como drama y otra como farsa. La observación vale para lo que está sucediendo en estos días. Salvando las diferencias, cambiando lo que hay que cambiar, la decisión de entrar en las zonas medianamente intocadas de la Amazonía tiene un aire de repetición de la afanosa búsqueda de El Dorado. Cinco siglos atrás, el naciente imperio de Castilla y Aragón, con su población sumida en la pobreza y con serios problemas de caja, encontró la solución en el otro lado del mundo. Eran unas tierras llenas de riquezas, especialmente por sus yacimientos de plata, pero también por la variedad de productos agrícolas desconocidos para los europeos. Con su control, España se convirtió en la primera potencia mundial y gracias a la producción de ultramar los europeos pudieron paliar en gran medida las hambrunas y enfrentar de mejor manera las pestes. Ellos fueron los ganadores en este juego. La decisión de entrar en estas tierras les resultó rentable y positiva.

Pero no se puede decir lo mismo de los habitantes de este lado del mundo. Una población que ignoraba la existencia de las armas de fuego y nunca había visto un caballo fue fácilmente controlada y convertida en la cuantiosa mano de obra que requería la empresa de esos visitantes sorpresivos. Los organismos de los habitantes originarios, que no conocían los gérmenes ni los virus que traían los extraños, no soportaron el simple contacto. Millones de ellos murieron por enfermedades tan inocuas como una gripe. Pueblos enteros desaparecieron por lo que eufemísticamente podría considerarse como muerte natural. Sin desconocer los avances que se derivan de la posibilidad de acceder al lenguaje escrito, de apropiarse de la rueda, de la pólvora y del sinnúmero de avances científicos logrados en Europa, ellos fueron sin duda los perdedores.

Dando un salto en el tiempo –y las enormes distancias con aquella experiencia histórica– en la decisión de explotar el petróleo en la Amazonía se pueden encontrar tantas similitudes que es difícil abandonar la sospecha de que los resultados serán también parecidos. La extracción de las riquezas se hará en beneficio de una población que no vive ahí y que ni siquiera se interesa por conocer esos lugares. Claro que esta es mayoritaria y tiene necesidades, como era el caso de la población europea de aquella época, pero no se trata de un problema numérico sino de la imposición de un modo de vida sobre otro u otros. De la manera como se está llevando este tema, parece que estamos repitiendo el debate entre Las Casas y Sepúlveda, con la salvedad de que la religión ha sido reemplazada por la técnica y la salvación de las almas por el Sumak Kawsay.

Al final, la sociedad más fuerte se impondrá con espejitos y cuentas, porque así está escrito en esa historia circular que se repite no solo una sino varias veces. Pero en algunas de esas ocasiones lo hace nuevamente como drama.