Creo que si el Yasuní ITT quedase ubicado en Texas, las cosas serían más justas. Me explico. Aquí, a diferencia de lo que sucede en la tierra de los cowboys, todo lo que hay en el subsuelo le pertenece al Estado, no al dueño de la tierra. Así, como por arte de magia, porque así lo dice la ley. Y esa maña nos viene de la Colonia. En esas épocas las leyes españolas eran claras: todo mineral que brote del suelo pertenece al Rey, punto.

Efectivamente, todo lo que salió de estas colonias fue a parar al buche de la Corona (o al de los criollos protegidos por su poder). La monarquía española, gracias a las enormes cantidades de metales preciosos extraídas, pasó por un momento de esplendor. Se repartieron favores, monopolios y subsidios a mansalva. Pero luego vinieron las consecuencias: inflación, déficit fiscal, deuda pública, burocratismo, etc. No se desarrolló una economía competitiva en manos privadas, sino un Estado rentista del cual dependía todo el mundo. Suena familiar, ¿verdad?

Luego los monarcas fueron reemplazados por caudillos, pero el subsuelo siguió en manos del poder político. De esta manera, cuando llegó su momento el petróleo terminó en las garras del Gobierno, y no a cargo de los emprendedores.

En las zonas donde la colonización trajo leyes inglesas, como Texas, la cosa fue muy distinta. Ahí se aplicó el principio Cujus est solum, ejus est usque ad coelum et ad inferos (el propietario de la tierra es dueño de todo lo que se encuentra por encima hasta el cielo y por debajo hasta el infierno). Ello permitió que los ciudadanos se enriquezcan, no el Estado. Durante los años del boom petrolero estadounidense de finales del siglo XIX, esto impulsó una enorme inversión y una impresionante innovación tecnológica. Incluso hoy es por esos lares la empresa privada –y no el Estado– la causante del nuevo boom energético gracias al desarrollo de una revolucionaria técnica de extracción de gas conocida como fracking.

¿Qué pasaría si el Yasuní quedase situado en Texas o tuviese sus leyes? Pues que serían sus habitantes los dueños del petróleo, no el Estado. Serían los indígenas de la selva quienes se hubiesen beneficiado, y no una casta de parásitos del Gobierno. Ellos viajarían en avión propio, y no solo el presidente. Serían ellos quienes pondrían las condiciones a las petroleras, no un grupo de lejanos tecnócratas. Ellos habrían sido dueños de lo que producen esas tierras a las que han dedicado tantos años. Habrían sido libres para seguir ahí, para irse, para vender, para alquilar, para lo que sea.

Pero el Yasuní no está en Texas, y la riqueza que nace de esos suelos que ellos habitan desde siempre, se gastarán en propaganda, en burócratas, en asesores y en quimeras ideológicas. El Estado, les dirán, somos todos. Y eso que crece ahí, bajo esos suelos que solo ellos pisan, es de todos. ¿Por qué?, porque es así, porque así debe ser. Esas cosas no se preguntan.

Con el Yasuní en Texas, las cosas serían más justas.

¿Qué pasaría si el Yasuní quedase situado en Texas o tuviese sus leyes? Pues que serían sus habitantes los dueños del petróleo, no el Estado. Serían los indígenas de la selva quienes se hubiesen beneficiado, y no una casta de parásitos del Gobierno.