BARCELONA, España
Cuando me piden que recomiende una novela sobre España, lo primero que pregunto es sobre qué España, y luego explico, aunque me equivoco en el intento, que no leo novelas para conocer un país y que si las de gama alta lo revelan es más bien por accidente. También por vivir quince años en España no puedo responder fácilmente con una generalidad. Todavía más residiendo en Cataluña. Y no solo es cuestión del lugar, sino del tiempo. ¿De qué España se quiere leer? ¿La de la crisis actual, la del bienestar, la de la transición, la del franquismo, la de la Guerra Civil?
Pero hoy haré una excepción, a riesgo de contradecirme. Hay una novela reciente que pasa de puntillas sobre la descripción tópica de un país y apunta a un centro problemático de dos personajes, una madre y su hijo, que arrastran consigo un territorio de fantasmas de la España en cuestión. Me refiero a El horizonte ayer, de Albert Chillón, nacido en 1960 en Barcelona.
Chillón es un defensor de la relación entre literatura y periodismo, y añadiría antropología (ver sus libros en colaboración con Lluís Duch). Su novela, sin embargo, transgrede el sometimiento a la crónica de lo real de quienes, al escribir novela, le temen a su esencia imaginativa. A mucho se ha atrevido el Chillón periodista como para hacer que un personaje le hable a otro diciéndole: “Acércate, Julia, hija, que en la tele dicen que no sé dónde han muerto no sé cuántos de no sé qué”. Con lo fácil y profesional que habría sido poner los datos, Chillón abre las puertas al novelista que entiende que en ese momento importa el llamado y la cercanía entre una madre anciana y su hija, y no una referencia.
Por este camino no sabría decir de qué España habla esta novela. Su título es indicio: el horizonte siempre es una línea en movimiento. El autor lo coloca en el ayer, pero el acto de contar apunta al futuro de un hipotético destinatario. Compuesta por dos planos alternos, esta novela tiene un lujo estilístico y oral poco frecuente. Por una parte, el monólogo de Julia evoca un peregrinaje de miserias y penas por la Guerra Civil y la posguerra que culmina con ella migrando por trabajo a Francia, donde queda embarazada de otro migrante, italiano, y concluirá en Barcelona, donde nacerá su hijo. Por otra, el hijo, que regresa de Australia para velar a la madre, evoca una infancia en una Barcelona de migrantes y, sobre todo, la ausencia de ese padre italiano desconocido. En este narrador hay una búsqueda imaginaria que culmina en un cruce hipotético con la figura de Albert Camus, a quien su madre conoció al trabajar como criada.
Ningún personaje parece estar en un lugar concreto: ella, en un largo y minucioso pasado, y él, en los trizados recuerdos breves de una infancia sin padre. Algo se escapa a cada rato. En ese flujo inasible que persiguen las grandes novelas está el talento del escritor. Y lo hace bordando detalle tras detalle. No es una novela sobre España, pero digamos que también lo es y de qué manera.









