Una ráfaga de disparos se confundió con el estallido de camaretas durante la quema de monigotes la medianoche del jueves 6 de enero de 2022.
En medio del ruido de los vecinos, la oscuridad y los destellos naranja del fuego, Marisol Tapia, de 48 años, solo sintió que algo le fue quemando el pecho hasta que cayó sobre la calzada de las calles 33 y Capitán Nájera, en el suburbio oeste de Guayaquil.
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Su nieto Braulio Alexander, de 11 años, cayó a un costado y su hijo Yandry, de 9 años, se desplomó también cerca de ambos.
Los tres recibieron la descarga de fusiles de calibre 2.23 y 9 milímetros de parte de sicarios que llegaron en un auto en busca del padre de Braulio Alexander, según dijo Miguel Naranjo, jefe del distrito Portete.
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Marisol fue llevada al hospital Guayaquil; Braulio murió de contado por las heridas en el pecho y piernas, mientras que a Yandry, con una bala en la cabeza, lo trasladaron al hospital Francisco de Ycaza Bustamante. “Yo estuve 24 días en coma y 3 en UCI (Unidad de Cuidados Intensivos), mis hermanos me contaron que los médicos decían que solo un milagro me podía salvar. Cuando salí del hospital ya habían sepultado a mi nieto”, cuenta Marisol la tarde del viernes 13 de enero cuando la encontramos sentada junto a varios familiares en la vereda de su casa, a pocos metros del sitio de la tragedia.
Desde ahí, ella mira como los días han pasado desde esa fatídica noche en que ‘el mundo se le vino encima’. Los días ya no son los mismos desde que Yandry murió, después de estar 40 días hospitalizado. “Yo ponía de mi parte, para recuperarme en el hospital, porque me sentía desesperada por mi bebé, que era el último, tenía 9 años”.
Se queda en silencio, respira hondo y se limpia las lágrimas. Cuando le dieron el alta, Marisol alcanzó a ver a Yandry en el hospital.
Mi hijo perdió un ojo, perdió un oído, prácticamente mi bebé no iba a vivir, pero la lucha de mi familia era tan grande que pensaban en un milagro de Dios. imagínese, yo ahorita le estoy conversando, no sé por qué le cuento, yo este tema todavía no lo asimilo
Marisol Tapia
En la acera de su casa, Marisol mira pasar las horas y a los niños que van a la escuela. Su corazón se encoge de recordar que Yandry estaba en quinto año básico, disfrutaba las comidas que ella le hacía y que ya no lo verá más.
“A veces he dicho: Señor, por qué no me quitaste la vida a mí, por qué te llevaste la vida de mi hijo, él era un niño inocente que no merecía morir de esa manera. Me arrebataron mi vida, lo más lindo que yo tenía en mi vida. Si yo estoy viva, no entiendo cómo”, se pregunta Marisol, una mujer creyente que se apoya en Dios para seguir cada día y que lleva tatuado en su brazo derecho el nombre de su amado Yandry, además de la fecha de su nacimiento y su muerte.
Nada la consuela, ni siquiera la posibilidad de encontrar justicia. “No hay detenidos, pusimos la denuncia contra los dos, pero uno ya murió, a los seis meses lo mataron, al que le pusimos la denuncia; el otro está vivo, pero aún no ha sido detenido. El caso está aún en investigación”, se queja Marisol, quien ha sido llamada para rendir versión ante la Fiscalía.
Su hija incluso llevó a los policías a los domicilios de los victimarios, pero fugaron. “Yo sí lloro, a veces miro al cielo y digo dónde estás mi niño, dame una señal para saber que estás bien”. (I)