Las víctimas indirectas del atentado del 11 de septiembre de 2001 siguen ahí a pesar de que el golpe terrorista ocurrió hace 20 años. Hay personas a las que aún les cuesta hablar del tema por el impacto psicológico que les dejó el vivir jornadas de muerte y pánico. Celia Pesántez, una migrante azuaya que trabaja a seis cuadras de la conocida Zona Cero, es un testimonio vivo del día en el que el mundo cambió.

Celia emigró de Azuay a Estados Unidos hace 28 años y desde entonces toma el metro desde Brooklyn hasta Manhattan para llegar al mismo trabajo. El lugar donde pasa la mayor parte del día está localizado a pocas cuadras de donde estaba el World Trade Center. Hasta antes del suceso visitaba las torres gemelas con frecuencia para comer algo o distraerse en alguna tienda.

El 11S para ella inició como un día normal. Usualmente salía temprano, pero ese martes se despertó tarde y no tuvo tiempo para ver las noticias por la televisión, como era su costumbre. Todo iba bien hasta que en tres paradas anteriores a la suya la Policía les obligó a evacuar del tren hasta llevarlos a un parque desde donde se divisaban los escombros de la torre norte. Era una escena de terror: gente gritando desesperada, rostros llenos de sangre, ceniza, polvo y otros cientos corriendo sin un rumbo fijo.

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Se contagió del pánico colectivo, trató de calmarse, pero se quedó con incertidumbre porque sentían que toda la ciudad fue atacada por los terroristas. En medio del susto y con todos los servicios cerrados caminó por cerca de dos horas hasta llegar a su domicilio. En esa época no tenía teléfono celular, por lo que no tenía noticias de sus familiares.

Eran las 14:00 y cuando llegó a su hogar recibió una llamada de su hermana y la situación se calmó un poco, colgó y empezó a escuchar los desesperados mensajes en la contestadora de su número fijo. Como sus allegados sabían que era una visitante habitual de las torres estaban preocupados. “Como estaba incomunicada y nadie me encontraba pensaron que morí”.

Celia Pesántez era una visitante habitual de las Torres Gemelas, por eso sus allegados estaban preocupados al no poderla ubicar ese 11 de septiembre de 2001. En esa época no tenía teléfono celular y -con todos los servicios cerrados- demoró horas en llegar a su domicilio. Foto: Cortesía

Con un poco más de calma y enterada de lo que pasó, alrededor de las 18:00 su hermana abrió la puerta del departamento y como si no se hubieran visto en años se abrazaron y lloraron, pero en realidad estaban alegres por estar vivas y al mismo tiempo impactadas por lo sucedido. El siguiente paso fue llamar a su madre a Ecuador para calmarla.

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Sin embargo, lo peor para Celia estaba por venir. Cuando pudo regresar a su trabajo soportó por tres años un intenso olor a ceniza que para ella era sinónimo de muerte. Además, cada día conocía una historia diferente de algún conocido que murió en las torres.

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Ese olor a quemado la hacía imaginar que era su casa o cuando escuchaba una ambulancia pasar volvía a verse corriendo por las calles de Manhattan. Esas situaciones la tienen con valoraciones psicológicas y psiquiátricas constantes, pero también toma medicamentos para paliar la depresión. Aunque ha bajado la dosis, esas pastillas se han vuelto parte de su rutina.

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“Aparte de que murieron personas conocidas, yo volví al mismo lugar y saber a diario que alguien más murió fue bien duro”, afirma.

En estas dos décadas también conoció de gente que murió por diferentes tipos de cáncer o se enfermó de asma, situaciones atribuidas a los rezagos químicos y físicos de los escombros. Agradece a Dios que esto no le pasó, pero no por eso deja de sentirse ajena.

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Cuando el Gobierno de Estados Unidos inauguró el Memorial del 11S en el 2011, Celia evitaba caminar por ese lugar por los malos recuerdos y tomaba una ruta alterna. Es más, en cada aniversario no era capaz de prender la televisión para observar el homenaje porque era una tortura.

Pero aparte de la medicina y los tratamientos, un aspecto que la ayudó a superar su trauma se dio en el 2015. Ese año el papa Francisco visitó Nueva York y estuvo en la Zona Cero. Celia se ganó un sorteo y junto con su esposo y hermana asistieron a verlo.

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Era la primera vez que estaba ahí y el leer los nombres de las 2.977 víctimas fue impactante, “lloré mucho, pero lo necesitaba, ese reencuentro con el dolor fue como una sanación porque el enfrentar y desahogarme fue como decir esto ocurrió y en esto quedó”.

Un día mientras almorzaba junto a una clienta de su spa en un parque notó que un helicóptero turístico volaba un poco bajo. Se levantaron asustadas porque pensaron que otro 11S se podría repetir. Eso, afirma, son traumas que aún no los pueden superar.

Aunque el camino de liberación no termina, su mensaje es que el tema no está superado y cree que las víctimas no son solo las que dice la historia, sino que son muchas más, como ella que no son contabilizadas. Y si alguna lección le dejó es a “valorar a nuestros familiares, a los que están a nuestro alrededor y no está mal pedir ayuda. Para los que hemos vivido esto va a durar para siempre”. (I)