El atleta Álex Quiñónez es una de las víctimas más recientes de la violencia que obliga a los ecuatorianos a modificar sus patrones de comportamiento: “Duele mucho, pero también asusta y mucho”, escribió la noche del viernes un tuitero al comentar el asesinato del deportista. Junto con los cambios de hábitos hay una afectación emocional.

Dejar el celular en casa cuando se sale o no mostrarlo en público, no vestir ropa de “marca”, no usar joyas o audífonos, tener carteras “viejas”, ubicar trancas en las puertas, no comer en restaurantes, no salir en las noches o estar muy atento a lo que pasa alrededor son algunas de las “estrategias” que actualmente utilizan los ecuatorianos para tratar de no ser blanco de los delincuentes.

Lourdes Fariño, nutricionista, cuenta que evita salir de noche y cuando le toca regresar de su consultorio a su casa, se quita aretes, anillos y guarda su cartera debajo del asiento de su vehículo. “Tengo una cartera falsa en el carro con una billetera también vieja y algunas cosas. Si me roban entrego eso, pero trato de llegar lo más rápido a mi casa”, afirma.

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En tanto, Ismenia Álava y su familia han optado por no comer en restaurantes. Ella vive en Quevedo, Los Ríos. Afirma que la inseguridad los ha afectado emocional y mentalmente: “Existe el miedo de que una bala perdida pueda llevarte a la muerte por estar en el momento y lugar equivocado”.

Cuando sale de su vivienda, afirma, un integrante de su familia que se queda en casa está pendiente de que ella envíe mensajes de dónde está y, especialmente, de cuándo regresa para que “inmediatamente abran la puerta”, ya que existe la posibilidad de que le roben al pie de su casa.

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En cambio, Álex Pin dejó de llevar su celular y utilizar audífonos para ir al gimnasio que queda cerca de su vivienda. Él vive en el bloque 1 de Bastión Popular, en Guayaquil. Se levanta a las 06:00 para ejercitarse: “Tuve que cambiar mi ruta que tomaba al trabajo. Ahora me voy atravesando un centro comercial porque algo de seguridad hay con los guardias, pero tengo temor de que pasen motos y me roben mis pertenencias”.

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Todas estas “estrategias” son válidas para lograr mitigar el temor existente, indica la psicóloga Angélica Santillán. Sin embargo, esto no “nos va a librar de ser víctimas de una bala perdida en medio de un tiroteo”, dice. Afirma que sentir miedo en este tipo de circunstancias de inseguridad es normal, ya que es un mecanismo de activación natural que tiene el cerebro para estar alerta, pero si no descansamos de ese estado de alerta constante se termina dañando nuestro funcionamiento psicológico y físico.

“Nos enfrentaremos a efectos adversos como incapacidad para relajarnos, desconfianza, evitamos la actividad social, dificultad para concentrarnos, etc. Pueden llegar fácilmente a constituirse cuadros de ansiedad donde ya se afectan innumerables funciones y capacidades, como el sueño, el apetito, la concentración”, señala.

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Con esto coincide el psicólogo Christian Arias y añade que si se llega a la ansiedad se convierte en un cuadro clínico que puede derivar en una desregulación emocional que se transforma en ataques de pánico.

Lo que al principio es un miedo saludable que permite al ciudadano tomar medidas de precaución se transforma en una angustia colectiva. Esto ya lo he visto en mi consultorio, un estado de hiperalerta y las personas deciden ya no salir de sus viviendas”, dice.

Esto, indica el experto, impacta en otros sectores como en la economía: “El otro día una persona me decía que el feriado que viene se encerraría en su casa por la inseguridad, pero se aspira a reactivar el turismo. Desde lo emocional también hay impacto en lo económico”.

Para tratar de estar sanos mentalmente enfrentando la inseguridad, Santillán recomienda acceder a información veraz, clara, precisa sobre las actividades delincuenciales, por ejemplo, si en determinado sector, a una hora específica, hay mayor probabilidad de asaltos.

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“En los robos en los semáforos podemos estar más atentos evitando exposición, guardando nuestras pertenencias donde no sean visibles, evitando estar descuidados. Entendiendo que habrá situaciones que están dentro de nuestro control y otras que no”, dice.

Qué significa el estado de excepción contra el delito en Ecuador

Según cifras del Ministerio de Gobierno, hasta agosto pasado se han registrado algo más de 16.000 robos a personas y, con corte a septiembre, 1.753 homicidios intencionales. Los viernes son los días en los que se dan más asaltos a ciudadanos y el rango horario donde mayormente operan los delincuentes es de 12:00 a 17:59. Precisamente el viernes pasado el asesinato del atleta causó alarma en Guayaquil.

De hecho, la tasa de muertes por cada 100.000 habitantes se ha más que duplicado en Ecuador. En lo que va del 2021 esta métrica llega a 13,6, pero en 2016 se ubicaba en 5,8. Estamos cerca de igualar la cifra de 2010 (17,5). Para tratar de disminuir estas estadísticas el Gobierno nacional declaró un estado de excepción esta semana.

Por las cifras elevadas de muertes países como Estados Unidos han ubicado, de forma constante, a Ecuador en su lista de alertas viajeras que tiene varios niveles de peligro. En junio de este año la nación del norte excluyó al país del nivel 4 y lo ubicó en el 3 que implica reconsiderar el viaje a Ecuador. Además, EE. UU. recomienda a sus ciudadanos no viajar a las provincias de Carchi, Sucumbíos y Esmeraldas debido a los crímenes y la violencia.

Sin embargo, la inseguridad también asusta a los turistas internos. Leslie León vive en Puerto Ayora, Galápagos. En esa provincia no se han registrado asesinatos en 2021 y los robos son poco frecuentes. Ella afirma que viaja a Guayaquil para visitar a su familia, pero que esta ciudad le da “pavor”.

El Gobierno ha reconocido el impacto de la inseguridad y por eso espera, con militares en las calles, devolver la paz mental que ha sido arrebatada por la delincuencia.

Redes sociales aumentan morbo

Si bien las redes sociales han ayudado a visibilizar aún más los hechos delictivos que pasan en el país, también han impulsado el morbo en cierto grupo de personas y muestran la poca sensibilidad y la carencia de empatía de los que se encargan de visualizarlos. Ahora es “normal” que en grupos de WhatsApp, posteos en Facebook, Instagram o Twitter se compartan, por ejemplo, videos de las matanzas en las cárceles.

“Es valioso y vital tener información con inmediatez. El problema es cuando ese efecto replicador es indiscriminado. Se viralizan mensajes que siembran terror, morbo. Eso va a tener consecuencias negativas para quienes estén expuestos a esos contenidos”, indica Santillán. (I)