David Coronel perdió a su hermano mayor, de 47 años de edad, y a sus padres, ambos de 72 años, con días de diferencia cada uno entre los meses de marzo y abril del 2020. Ocurrió justo al inicio de las medidas de confinamiento establecidas a partir del 16 de marzo de ese año luego que se declaró la pandemia del COVID-19.
El primero que se enfermó fue su hermano mayor, que laboraba como comerciante del Mercado de Transferencia de Víveres, en el norte de Guayaquil. “Murió el 27 de marzo y estuvo casi dos semanas enfermo, cuando fue al hospital ya estaban tomados los pulmones. A él le dijeron primero que era un cuadro de faringitis y lo regresaron con pastillas, pero él no quiso regresar a su casa (donde vivía con su esposa y dos hijos), se fue donde mis papás y allí los contagió a ellos”.
El 14 de abril falleció la mamá de David y dos días después su padre. Tras las muertes de los tres se confirmó que habían fallecido debido al COVID-19.
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David, de 37 años, cuenta que rompió la cuarentena para hacer los trámites y sepultarlos. En ese entonces pesaba 320 libras y por su obesidad era vulnerable, pero igual asumió el riesgo. Incluso experimentó el peregrinaje en busca de atención médica en momentos cuando las salas de emergencia de la red pública y privada estaban repletas.
“Nadie quería acoger a mi hermano, no había clínica, recorrimos varias, finalmente lo atendieron en el dispensario del IESS (Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social), que está en el sector de la Bahía (en el centro de Guayaquil), de allí lo mandaron con vientos frescos, que tenía faringitis”.
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Pero luego se desmayó y fue llevado a la clínica privada Sur Hospital de Guayaquil, la única que lo acogió y a donde llegó también el padre de David.
La madre de ambos falleció tras ser internada en la clínica Alcívar, en el sur de Guayaquil. “A mi hermano y a mi papá los iban a intubar, pero no aguantaron y murieron, mi mamá sí estuvo intubada como una semana. No pudimos velarlos, llevamos el cuerpo y el ataúd y estuvimos esperando hasta que hagan el hueco”.
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Más de dos años y medio han transcurrido desde estas tres muertes y David recibe tratamiento psicológico al igual que su hermana, los dos fueron los únicos que finalmente sobrevivieron: “No hemos como sanado porque no es fácil. Hay cosas que a veces quedan y a mi sí me duele, pero llevo mi pena en silencio, trato que nadie se dé cuenta, soy el único que queda de mi familia con mi hermana (de 47 años), no queda otra que seguir adelante”.
Cuando estuvo con sus familiares ahora fallecidos David no enfermó, pero sí tuvo coronavirus en diciembre pasado, al igual que sus tres hijos y esposa. Cree que la vacuna los ayudó a que sus casos no se vuelvan graves, ya que se habían colocado las dos dosis.
Desde marzo del 2020 hasta el 30 de septiembre de 2022, América Latina ha notificado más de 178 millones de casos confirmados, según datos de la Organización Panamericana de la Salud. Un informe de este mes del organismo advierte sobre el impacto en la salud mental de la población afectada.
En la región aumentaron los casos de ansiedad, los ataques de pánico, la depresión, las tasas de suicidio, el consumo de alcohol u otras sustancias y las situaciones de violencia. (I)
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