En carpas improvisadas, con colchones y otros enseres unos 100 ciudadanos de diversas nacionalidades ocupan algunas veredas en los alrededores de la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), en Quito.

“En vista de todo lo que nos ha sucedido, le hemos recalcado a la Acnur, lo siguiente: De aquí nos sacan a otro país, fuera de Latinoamérica o nos sacan muertos, porque ellos saben que nuestros enemigos están aquí y estamos corriendo bastante peligro”, dice Ausberto García, víctima del conflicto colombiano y representante legal de la Fundación Ficoex (Fundación Internacional de Colombianos en el Exterior).

Nuestra situación es bastante compleja y crítica debido a que todos somos víctimas del conflicto colombiano, un conflicto que no ha terminado. Cuando se firmó el tratado de paz, se firmó con un grupo que llevaba una trayectoria de 60 años, pero en Colombia han existido más grupos: ELN, paramilitares, etc., explica García.

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Bajo el sol abrasador del mediodía, un grupo de ciudadanos colombianos permanece frente a uno de los edificios de Acnur, en la avenida Whymper, en el norte de Quito, con la esperanza de recibir protección.

Somos 104 personas, pero van a sumarse más, porque hemos recibido llamadas de Guayaquil, Esmeraldas, Santo Domingo, de distintas provincias del Ecuador queriendo incorporarse y ya llegamos a 2.800 personas, dice Ingrid Campas, de 26 años, encargada del grupo.

Salir de Latinoamérica

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Cuestionada por la razón por la que se encuentran en las calles capitalinas, Campas dice que buscan protección y amparo fuera de Latinoamérica, en cualquier país, pero fuera de Latinoamérica. Nosotros tenemos familiares en Nueva Zelanda, Estados Unidos, Canadá, pero no importa que nos manden a cualquier país en donde estemos seguros, porque se trata de salvar nuestra vida y salvar la vida de nuestros hijos, expresa.

Las carpas, colchones, cobijas y más enseres están amontonados en el filo de la vereda para no obstruir todo el ancho de la misma, y para que los capitalinos puedan transitar. Algunas mujeres, las que tienen hijos pequeños, permanecen debajo de un plástico negro, acomodado como una pequeña casa, donde se protegen del sol y pueden darles el biberón.

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Campas dice que llegaron a Ecuador, algunos hace 16 años, otros hace dos, otros hace uno y otros, hace diez meses, todos con el mismo objetivo, pidiendo protección y amparo.

Abandonados

Cuando uno llega a refugiarse o a pedir asilo, protección y amparo en cualquier otro país, si es un país pobre de Latinoamérica, dice Campas, te dan el dinero en efectivo, te dan para que pagues una habitación, te dan la cocina, te dan la bombona de gas; si son tres personas, te dan tres platos, tres cucharas, tres vasos y tres colchonetas, pero en Ecuador no pasa eso, en Ecuador, no te dan, te dejan al aire. Hay muchas personas que les ha tocado dormir en los parques, cuenta.

Hemos estado tratando de acoplarnos al país, pero ha sido imposible, porque muchos de los que estamos aquí hemos sido perseguidos, ubicados y amenazados por la guerrilla, dentro del territorio ecuatoriano. De las mujeres que estamos aquí, a varias les ha tocado prostituirse para dar de comer a sus hijos. Hemos puesto denuncias en la Fiscalía, hemos venido a la Acnur y no hacen nada.

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Piden amparo y pasajes

En mi caso, dice Ingrid Campas, me dieron 48 horas para desaparecer de Ecuador, hace 5 meses. ¿Que hizo Acnur? Me metió en un motel, con mi hijo y unos familiares que andaban conmigo: ocho adultos y nueve niños, por 8 días y 7 noches, resulta que en ese motel, fue terrorífico, porque entraba la gente a tener relaciones sexuales; entonces, las mujeres gritaban y los niños pensaban que las estaban matando, como ellos sabían que estábamos huyendo. Fue horrible, relata.

De ahí, hace tres meses, nos unimos y formamos la fundación Ficoex y presentamos un derecho de petición a Acnur, pero no hizo nada. Ahí fue cuando decidimos venir todos a protestar por la vulneración de derechos. Ellos les dicen a las autoridades que, nosotros estamos pidiendo reasentamiento y nosotros no estamos pidiendo eso, estamos pidiendo protección y amparo fuera de Ecuador. Entonces, nos conformamos aunque sea con los pasajes de avión que nos den y nosotros nos vamos, porque si estamos aquí, es porque estamos corriendo peligro, explica.

Cuando moría el día, Kevin Manuel Arízala, de seis años, se ha quedado dormido en la vereda, junto a una carpa, ante la mirada de los transeúntes y la vigilancia cercana de su padre Manuel Esteban Arízala, de 34 años. Ellos vivían en Tumaco, Colombia, pero tuvieron que abandonar su tierra, en octubre de 2018, por amenazas del Grupo delictivo Óliver Sinisterra, liderado, hasta entonces, por alias Guacho. (I)