Como bailarina profesional tuvo que viajar desde su infancia por el mundo durante largos periodos, competir en televisión y actuar en diversos escenarios. La presión, el estrés y el perfeccionismo no eran ajenos a la estadounidense Julianne Hough, hoy de 31 años, y por eso en 2018 decidió convertir su propia habilidad para el baile en una forma de catarsis emocional y compartir su método con el mundo.
KINRGY es hoy una app de bienestar disponible para quien desee practicarla en cualquier país, pero en el fondo se inspira en una premisa universal: el movimiento físico espontáneo, juguetón y auténtico como un medio para canalizar la energía y sentimientos propios.
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“Nos expresábamos mucho más cuando éramos niños. Estoy tratando de ayudar a las personas a volver a conectarse con ese niño interior”, comentó Hough en una entrevista para la revista Women’s Health. “Por lo que sea que yo esté pasando, el estrés, la angustia, la frustración, o simplemente cuando quiero divertirme más, siempre regreso a mi cuerpo porque ahí es donde puedo liberarme. Este método nos recuerda que debemos dejar ir la perfección y volver a la forma más natural de nuestro cuerpo: la expresión. Es ahí donde podemos ser lo mejor de nosotros mismos”.
Aunque la app favorece el sentimiento de comunidad, no existe una coreografía precisa que deba seguirse, ni siquiera se necesita un compañero de baile: el trabajo es una expresión personal y cada uno es dueño de sus movimientos, bajo la guía de los instructores.
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¿Bailar solo? ¡Sí! Desde la pandemia (y quizás un poco antes del brote de COVID-19), la tendencia en terrazas y bares apuntaba a la ausencia de una pista de baile formal permitiendo que quien deseara levantarse y bailar lo hiciera (en su metro cuadrado) sin sentirse comprometido a tener una pareja o armarse de valentía para salir a moverse frente a todos.
“Dale a tu cuerpo alegría”
En un tiempo de efervescencia digital, las redes sociales son hoy una plataforma para manifestar esa identidad personal. Si bien algunos eligen fotografías, la red social TikTok construyó su rotundo éxito en los videos cortos de baile con coreografías individuales, con tal impacto que Instagram copió ese mismo formato para sus Reels.
Siguiendo esa tendencia de los retos de TikTok, la revista estadounidense Vogue decidió ponerle ritmo al cierre del 2021 y traer de vuelta uno de los bailes más famosos de los noventa: La Macarena, un tema originalmente interpretado por Los del Río, pero esta vez retomado por la superestrella puertorriqueña Bad Bunny.
Una decena de modelos con un vestuario que recuerda claramente al estilo que dominaba durante el cambio de milenio acompañan al ganador del Grammy Latino, mientras él también intenta moverse en esa fiesta audiovisual en la que simplemente cada uno disfruta a su propio compás. El audio se hizo también disponible de inmediato en TikTok para que sus usuarios pudieran pasar un momento divertido recreando los famosos pasos. Un buen baile no tiene fecha de caducidad.
Una conducta natural
Nunca estamos quietos. Moverse es natural, es la manera de soltar todo lo que llevamos dentro, sean tensiones o emociones positivas. Qué mejor que canalizarlo por el baile. ¿Bailar a solas? Todo el mundo debería hacerlo.
“Somos bailarines desde pequeños; no necesitamos aprender el baile, este forma parte de todo”, opina Alexis Jestin, coreógrafo francés que promueve acoger el baile en la cotidianidad. Dado que siempre estamos moviéndonos, bailar es simplemente ser consciente de lo que hay entre un movimiento y otro.
En Ecuador, Jestin observa aún una cultura de baile folclórico y tropical, que no está limitada a una tarima. “Todo el mundo es bailarín, solamente debemos dejar afuera el juzgamiento que tenemos dentro de nosotros, para permitirnos mucha más libertad y abrirnos”.
“Danza es cuerpo”, es lo primero que hace notar Marcela Correa Prossel, quien lleva más de 40 años bailando, enseñando y pensando esta disciplina. Ella hace esta precisión porque considera que en la actualidad nos estamos alejando cada vez más del cuerpo propio y el del otro. “Las redes sociales y los emojis”, enfatiza, “están reemplazando la corporalidad”.
En realidad, el cuerpo es la base de la interacción. “Cualquier actividad, sin él, no existe”. Así que bailar, en palabras de Marcela Correa, es reconectarse, desde el cuerpo, con la corporalidad del otro. “Es una forma de expresar quien uno es”.
Por otro lado, el baile libera de estados de estrés y tensión, algo que el diálogo no siempre puede lograr. Hay una apertura mayor hacia el otro. Por eso las fiestas tienen baile, y este viene antes de la conversación; es un posibilitador de soltarse y abrirse, una transición hacia el otro.
“Hasta para coquetear, se saca a bailar primero”, dice Correa, quien coordina el área de Artes Escénicas de la Universidad San Francisco de Quito y dirige la compañía de danza universitaria Tal Vez. “Sin comunicarnos verbalmente, estamos dando muchísima información, física, expresiva, corporal y táctil, pues uno tiene permiso de tocar al otro dentro de ese formato”.
Y justamente porque esto es un intercambio de información sin palabras, la profesora aconseja no ponerse ‘cualquier cosa’. “Antes que el cuerpo, lo primero que leemos es el rostro y la ropa del otro. Siempre digo a mis alumnos: Al bailar, no se pongan cualquier cosa, porque esa cualquier cosa dice, habla de nosotros”. El vestuario importa. Y no se trata de ‘echarse el ropero encima’. En el lenguaje del vestuario, el que está ricamente decorado no vale más que el sencillo. “Lo que importa es lo que quiero transmitir”.
¿Y si lo que estoy transmitiendo es incomodidad o vergüenza por mis habilidades de baile (o la falta de ellas)? Esto tiene muchas causas, la primera es la personalidad del bailarín, y otra es el factor cultural. Bailar en cualquier sitio, en cualquier momento, intergeneracionalmente, ha sido lo natural. Pero eso, dice Marcela Correa, se ha ido perdiendo con la designación de espacios para bailar. “Si no estamos en ellos (discoteca, salón, escenario), no bailamos”.
Esto último es un ejemplo de cómo las construcciones sociales nos cohíben cada vez más, “pero la posibilidad de liberarse trae felicidad suficiente para el ser humano”. El arte en el cuerpo –el baile– permite vivir una vida más sencilla y placentera, tal como lo hace el juego intuitivo y espontáneo.
Hacia otra dimensión
Dana Romero Escalante, de 20 años, quien practica danza desde los 3, y que decidió convertirla en su profesión, encuentra en el bailar ese camino para reconectarse consigo misma.
“Es tu cuerpo y la música, dos elementos que han estado todo el tiempo con nosotros. Yo siempre pongo el ejemplo de una escena de la película El pianista, donde él está tocando y de la nada se va a otra dimensión, bueno, eso realmente sucede. Es una experiencia sensorial donde llegas a ubicarte en otra dimensión donde estás escuchando tu cuerpo, dibujando con tu cuerpo en el aire, expresando también porque utilizas el recurso de cómo te sientes para moverte de cierta manera, son muchas cosas que hacen que esta disciplina pueda llevarte a ese lugar”.
Asimismo, le permite mantenerse honesta sobre sus propias emociones. “La danza nos hace muy empáticos porque siempre estamos esforzándonos de sensibilizarnos para que todo nuestro performance sea genuino. Para mí, es un proceso que ha sido gratificante porque me genera alegría, bailar y moverse siempre genera felicidad, y, por otro lado, me ha ayudado a enfrentarme con cosas que han surgido mientras bailo, porque mientras bailamos también pensamos o nos acordamos de cosas para desarrollarlas en el movimiento y es una conversación interna bastante interesante”.
¿Bailar sola o acompañada? La bailarina, quien fue parte del espectáculo Se vale todo del Teatro Sánchez Aguilar, admite que al bailar en soledad uno es mucho más sincero (hablando desde la improvisación y no a nivel coreográfico).
“Al bailar solo nunca vas a sentirte juzgado sobre si algo está mal o no porque estás tú solo, pero cuando estamos con otras personas, sí se siente esa presión porque hay algunos prejuicios, como todo, porque la vida en general tiene cierta normativa. Entonces al ser observados, nuestro potencial se disminuye”, dice. “Pero, en cambio, al bailar con otros encuentras en esas personas la energía de compartir, ese intercambio es real, porque también te inspira ver bailar a otros, es bastante chévere”. (I)