Por Sergio Cedeño Amador *

Dice mi colega Zamorano e ilustre escritor de Costa Rica Santiago Porras Jiménez que uno siempre vuelve a los lugares donde ha sido feliz.

Hace pocos días volví feliz –luego de más de 40 años– a la hacienda San Antonio, ubicada en el cantón Baba de la provincia de Los Ríos, y que fuera de propiedad de don Jorge Salinas, conocido como el Cacique de Baba por ser uno de los hacendados más ricos de la zona.

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En los años 70 y siendo yo administrador de la famosa hacienda Angélica, cada 23 de junio asistía a caballo y a todo galope, cruzando de noche potreros y viejas huertas de cacao, en una travesía de dos horas para disfrutar de las fiestas del pueblo de Baba y lógicamente a las fiestas de la cercana hacienda San Antonio, que en esa época tenía iglesia con parque, 300.000 árboles de cacao y un enorme hato de ganado en sus 1.600 hectáreas.

Paisaje actual en la Hacienda San Antonio (Baba). Foto: El Universo

Tuve la suerte de conocer a don Jorge Salinas y a sus siete hijos, ya todos fallecidos, quienes me atendían siempre como “hermano montuvio de a caballo” y en una ocasión me prestaron montura para mi caballo, ya que en el parqueadero de esos animales de la fiesta de Baba se me robaron la montura, que era como decir “las llantas del carro”.

Plantación de arroz en la hacienda San Antonio (Baba). Foto: Sergio Cedeño Amador (cortesía). Foto: El Universo

Uno de los hijos, llamado Jorge y conocido como Olmedino, había ido a estudiar agronomía a Argentina y se había casado allá con una dama argentina conocida como “la Che” (Edith Ortiz), quien se vino a vivir a Baba y llamaba la atención por su belleza y su blancura, y por saber bailar tango en las fiestas del pueblo y en piso de tierra, cosa nunca antes vista por esos lares, ya que nosotros solo bailábamos guaracha hasta el amanecer cuando ya se brindaba el famoso “aguado de pato” para recuperar las fuerzas.

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Monumento a don Jorge Salinas padre, conocido como el ‘Cacique de Baba’. Foto: Sergio Cedeño (cortesía). Foto: El Universo

En mi reciente visita a San Antonio encontré a Abel, hijo de mi recordada amiga “la Che”. Era una criatura cuando yo asistía puntualmente a dichas fiestas montuvias y me contaba que ella, ya viuda, hace como 30 años se regresó a vivir a Buenos Aires, pero hace tres años regresó a morir en la hacienda y a que la entierren junto a su esposo Olmedino en el cementerio de Baba, donde ahora debo ir a visitarlos en mi próxima travesía por esa zona montuvia que le enseñó a “La Che” esa gran verdad: uno siempre vuelve a los lugares donde ha sido feliz.

* Miembro de la Academia de Historia del Ecuador y orgulloso montuvio.