Meses después de recuperarse de la infección, muchas personas descubren que el cabello se les cae en grandes cantidades. Esto no es inesperado, advierte la Academia Americana de Dermatología. Ocurre después de muchas enfermedades febriles. Y no se trata de pérdida de cabello, sino más bien de una muda.

El nombre médico para esta situación es efluvio telógeno. Más cabello de lo acostumbrado entra en la fase de caída (telogen), un proceso normal dentro del ciclo de vida del cabello.

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Esta caída es más notable a los dos o tres meses después de haber tenido la enfermedad. Mechones de cabello salen al bañarse o al peinarse. Y esto puede mantenerse así de seis a nueve meses, antes de detenerse. El cabello vuelve a su aspecto normal y deja de caerse.

Hasta ahí es normal. Pero si nota irritación en el cuero cabelludo, picor o sensación de ardor, entonces algo distinto está causando la caída, y es momento de ver al dermatólogo.

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¿No tuvo COVID-19? Aun así el estrés emocional puede tener el mismo efecto. Nuevamente, la caída empieza de dos a tres meses después de que se inicie el estrés.

Aunque ver que el pelo se cae puede añadirse a su angustia, es recomendable hacer lo contrario y mantener la calma. Solo así dará la señal para que la caída se detenga.

El cabello tiende a volver a la normalidad por su cuenta, pero tendrá que darle tiempo, como indica la Academia, hasta nueve meses. Empezará a notar pelo un poco más corto, especialmente en la línea del cabello.

Esa es una buena señal, pues como explica el dermatólogo Manuel Briones, la fase de crecimiento activo del pelo o fase anágena dura de dos a cinco años en el cuero cabelludo.

El efluvio telógeno ha aumentado mucho a raíz de la pandemia, reconoce el doctor Briones, y si bien la infección viral es una causa, el estrés y desórdenes como la tricotilomanía (compulsión por arrancarse el pelo) tienen mucho que ver.

Normalmente, se nos caen entre 50 y 100 cabellos diarios. Si está dentro de estos rangos, no tiene sentido preocuparse. (I)