A menudo se tiende a pensar que los niños que acosan a otros son simplemente “niños malos”, pero esta idea simplifica en exceso una realidad mucho más compleja. Muchos niños que, en general, se comportan adecuadamente pueden verse involucrados en situaciones de acoso por diversas razones.
Algunos lo hacen para integrarse en un grupo que ejerce este tipo de comportamientos, mientras que otros, en su afán por llamar la atención o por ser naturalmente dominantes, adoptan actitudes hostiles sin ser plenamente conscientes del daño que causan. Incluso aquellos que han sido víctimas de acoso, ya sea en el entorno escolar o en su propio hogar, pueden replicar esa conducta con otros. Comprender estas dinámicas es clave para abordar el problema del acoso de manera efectiva y empática.
Ningún padre quiere oír que su hijo acosa a otros niños. Es doloroso pensar que su hijo cause daño. Pero el acoso también es un problema grave para el agresor. Las habilidades de amistad de los niños son un indicador importante de su salud mental general.
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Si se dice que su hijo participa en conductas de acoso, ya sea físico o verbal, podría ser una señal de angustia grave. Podría estar experimentando ansiedad o depresión, y tener dificultades para controlar sus emociones y comportamiento.
Según la Lic. Karen Silva, terapeuta del lenguaje y máster en Educación Inclusiva, el bullying en el entorno escolar suele manifestarse a través de diversas formas de violencia y maltrato repetido. Estas conductas pueden presentarse como acoso verbal, por ejemplo, insultos, burlas o apodos ofensivos, así como acoso físico, que incluye empujones, golpes u otras agresiones hacia los compañeros.
También es común el acoso psicológico, el cual puede expresarse mediante la exclusión social, la difusión de rumores, la intimidación constante o actitudes que buscan aislar emocionalmente a un estudiante. Otra forma menos mencionada, pero igualmente grave, es el acoso material, que implica dañar o robar las pertenencias personales de otro alumno.
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Estas conductas tienen como fin humillar, intimidar o excluir a la víctima, y sus efectos pueden observarse en situaciones como el aislamiento durante los recreos, pintadas ofensivas en espacios comunes como los baños, bajo rendimiento académico o una notable disminución en la autoestima del niño o niña que lo sufre.
Para Silva, dentro del aula de clases, una de las estrategias clave es que el maestro establezca consecuencias inmediatas ante conductas de acoso, siempre desde un enfoque no violento. El objetivo no debe ser humillar al niño que ha incurrido en estas conductas, sino ayudarlo a reflexionar sobre el impacto de sus acciones. Es fundamental guiarlo hacia la comprensión del daño que puede estar causando, enseñándole a practicar la empatía, a asumir la responsabilidad de sus actos, a reparar el daño y a gestionar sus emociones de manera constructiva y adaptativa.
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Otras estrategias efectivas incluyen el uso de juegos de roles para desarrollar la capacidad de ponerse en el lugar del otro, talleres de empatía activa, la creación participativa de normas de convivencia, y el uso de recursos audiovisuales como videos o cortometrajes que aborden el tema del bullying y sus consecuencias.
¿Qué es lo primero que deben hacer los padres si descubren que su hijo está acosando a otros?
De acuerdo con la psicóloga Zoraya Aguilar, lo primero es reconocer la situación sin negarla ni justificarla. “Es normal que como padres surjan emociones de vergüenza, culpa o incredulidad, pero el paso inicial es aceptar que el niño necesita acompañamiento y guía”, explica y detalla un paso a paso desde una mirada psicológica, pues es importante observar y comprender las conductas.
¿En qué contextos suceden? ¿Qué obtiene el niño con ellas (poder, atención, evasión de responsabilidades)? Luego, abrir un diálogo respetuoso y firme con el hijo, dejando claro que el bullying es inaceptable porque vulnera los derechos de otras personas, y a la vez transmitir que es posible reparar y aprender nuevas formas de relacionarse.
Además, menciona que los padres deben involucrar a la escuela y buscar trabajar en conjunto: familia, institución educativa y, si es necesario, apoyo psicológico. El problema no se resuelve con castigos aislados, sino con intervenciones consistentes y coordinadas.
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¿El ‘bullying’ que ejerce un niño puede estar vinculado a situaciones de violencia o desregulación emocional en casa?
Aguilar afirma que sí, pero comenta que no siempre es el caso. “Muchas veces el bullying refleja patrones aprendidos en el entorno cercano. Cuando en casa existen situaciones de violencia, dificultades para manejar las emociones o estilos de crianza muy autoritarios, los niños pueden normalizar la agresión como una forma de relacionarse con otros”, declara.
“También es importante considerar que la sociedad en general transmite ciertos mensajes sobre poder, competencia y roles de género que pueden influir en el comportamiento infantil. A veces, los niños sienten que deben imponerse o mostrarse fuertes para ganar respeto, lo que refuerza actitudes de intimidación en la escuela”, manifiesta.
Por eso, cuando un niño acosa, no basta con mirar únicamente su conducta individual. Es necesario revisar también el contexto familiar, escolar y social en el que se desenvuelve, porque allí pueden estar las claves para comprender y transformar su manera de vincularse.
¿Es posible que un niño que hace ‘bullying’ hoy pueda cambiar y desarrollarse de forma saludable?
“Absolutamente sí. La infancia y la adolescencia son etapas de enorme plasticidad emocional y cognitiva. Con un acompañamiento adecuado, los niños pueden desarrollar habilidades de empatía, autocontrol y resolución pacífica de conflictos”, expresa Aguilar, quien añade que desde la psicología cognitivo-conductual se trabaja en identificar pensamientos distorsionados (“si no molesto, no me respetan”), en entrenar habilidades sociales y en reforzar conductas prosociales.
Pero además, desde un enfoque de derechos, el cambio se potencia cuando el entorno escolar promueve convivencia respetuosa, diversidad, equidad de género y participación estudiantil. Es decir, no basta con cambiar al niño, sino transformar también los espacios donde se socializa.
El mensaje clave es que un niño que agrede no es “malo”, sino un niño que necesita orientación, contención y modelos positivos. Con las herramientas correctas, puede convertirse en un adulto respetuoso, empático y consciente de los derechos de los demás. (F)