En la antigüedad, el concepto de hogar estaba lejos del que conocemos hoy en día. Según Natalia León Galecio, psicóloga clínica y creadora de contenido en @psicoterapia_florecer, “las personas vivían en tribus, grandes grupos que compartían recursos y responsabilidades”. No existía una noción de hogar individualizado, sino que funcionaba colectivamente hasta que la industrialización y el desplazamiento hacia las ciudades redujeron el espacio habitado, lo que dio origen a la familia moderna.

Hay que considerar que la industrialización, las creencias religiosas y el sistema económico también influyeron en la creación del hogar como lo conocemos. “Pasamos del trueque a la economía monetaria, lo que cambió la forma en que las familias gestionaban sus recursos y comenzó a definirse el espacio físico del hogar”, explica.

No hay hogares perfectos, sino funcionales o disfuncionales, asegura León. Un hogar funcional es aquel en el que los miembros de la familia se sienten medianamente satisfechos, mientras que en uno disfuncional predominan los conflictos y el malestar. No obstante, advierte que la funcionalidad no depende del número de miembros, sino de la calidad de la comunicación e interacción entre ellos.

Para crear ese hogar que anhelamos, León sugiere que el autoconocimiento es fundamental. “Conocer nuestras propias necesidades nos permite elegir mejor con quién compartiremos nuestra vida y, en consecuencia, con quién construiremos nuestro hogar”, afirma.

En cuanto a los hábitos y las rutinas que contribuyen a un refugio saludable, la experta señala que, aunque algunas costumbres se forman de manera inconsciente, es importante adoptar hábitos conscientes que favorezcan el bienestar de la familia.

¿Qué es un hogar?

El hogar no es solo un espacio físico; es el lugar donde las personas conviven bajo un mismo techo y logran una funcionalidad que va más allá de las paredes que las rodean.

Valores esenciales para un hogar

• Afecto: promueve la armonía y el cariño.

• Comprensión: fomenta la empatía y la capacidad de ponerse en el lugar del otro.

• Respeto a la individualidad: es vital para mantener el equilibrio entre el espacio personal y el colectivo.

• Compromiso: es la permanencia a pesar de las dificultades.

• Responsabilidad: tanto afectiva como económica, garantiza que cada miembro participe en las actividades del hogar.

• Honestidad: establece la confianza, una clave para la funcionalidad familiar.

Cada vez más buscamos hogares que no sigan estereotipos, sino que se adapten a nuestras necesidades y valores.

Natalia León Galecio Psicóloga clínica