En 2014, Kim Kardashian y Kanye West se casaron, en una boda que el periódico New York Times describió como “un histórica tormenta de celebridades”. En febrero de 2021, Kardashian inició su demanda de divorcio, y si bien al principio pareció ser una separación de mutuo acuerdo, pronto se hizo evidente que no, y esto ocurrió por el mismo medio que antes sirvió para exhibir su felicidad familiar: las redes sociales.

Lo que ha pasado durante el último año es algo que el portal Infobae llamó el pasado 14 de febrero “acoso y derribo, o las desesperadas publicaciones de Kanye para recuperar a Kim”. El rapero alternadamente apeló a la ayuda divina, proclamó su amor a su todavía esposa y a sus hijos, y amenazó a la nueva pareja de ella, el comediante Pete Davidson.

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¿Por qué las personas, aunque sean muy famosas, querrían llevar sus dolorosos asuntos familiares a un nivel de exposición tan alto como el de las redes sociales? El psicólogo clínico Jorge Luis Escobar explica que antes de la aparición de estas plataformas, los problemas de familia se manejaban como secretos hasta que uno decidía exponerlo ante el barrio y la familia, como forma de desnudar una realidad. “Con la venida de las redes sociales, estos vicios antiguos se amplificaron con lupa”. ¿Qué busca el que acusa al otro en sus perfiles en línea?

Jennifer López y Alex Rodríguez en el Centro Wallis Annenberg el 24 de febrero de 2019, en Beverly Hills, California. Las incidencias de su ruptura se vivieron en Instagram. Foto: Shutterstock

Venganza. “Que el otro experimente lo mismo que yo, lo cual es imposible” (es peor). Primero, porque en las redes sociales, el 80 % de lo que se ve es ficción. Luego porque las lecturas, suposiciones e interpretaciones de conocidos y extraños aumentan la exposición en todas las direcciones. “Ventilar y exponer al otro al escarnio público multiplica el efecto nocivo en el ambiente familiar”. En sociedades como la nuestra, hay un alto nivel de incoherencia, la interpretación se compone de supuestos, dice Escobar. “Comunicamos nuestros supuestos más que la realidad”.

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Aceptación. “La gente busca ser aceptada”. Antes se creía que publicar a cada momento lo bien que uno la está pasando o lo feliz que se siente tiene que ver con alta autoestima. “No”, advierte el psicólogo. “El que busca ser aceptado, reconocido o validado por la sociedad, reconoce que tiene una debilidad en su desarrollo y autoestima”.

Lo que necesitamos buscar es el autorreconocimiento. Pero la persona mediática vive de lo que la gente dice, y no puede desarrollar su amor propio. “Simular que estoy bien para que el otro no sienta que tiene poder es una mala costumbre que tenemos desde chicos: Dile que yo estoy muy bien, que nunca he estado mejor. Es decir: ‘Yo puedo vivir sin ti’, cuando siempre pudiste”. La dependencia y la inmadurez emocional también se trasladan a las redes sociales.

Soluciones en el contexto correcto

“Lo adecuado es resolver primero en familia. No se busca un juicio, sino soluciones”, especifica Escobar. Hay que ser autosuficiente para solucionar el conflicto o buscar asesoría profesional, y no esperar que alguien del público dé una respuesta o se convierta en juez de la persona que habría hecho el daño. “La idea es aprender de la experiencia. No herir o dañar más de lo que ya lo han hecho”, es la opinión de Escobar.

Y si hay violencia de algún tipo, eso se resuelve por los canales legales. Es imposible querer transparentar este tipo de cosas vía redes sociales. “Hay un lema que reza: Mientras más aclaras, más oscureces”.

Luego está el papel del que sigue, califica, aprueba y comenta las publicaciones. Absténgase de hacerlo. “¿Es usted terapeuta de parejas, va a ponerse del lado de un bando o del otro? Todo esto es el reflejo de una sociedad en recomposición o en gran descomposición”.

Violencia que salta a la vista

Pero no solo las diferencias o las infidelidades llegan a las pantallas. Es cada vez más frecuente conocer situaciones de violencia a través de las redes sociales. “La información trasciende, se vuelve viral, exponiendo a cada uno de los involucrados, sin posibilidades de ser escuchados o vistos como sujetos; se vuelven objetos para ser dilapidados según sea el caso”, dice psicóloga clínica Mariela Urrutia Orozco, máster en psicoterapia psicoanalítica.

Johnny Depp y Amber Heard en la premiere de 'Black Mass', durante el 72 Festival de Cine de Venecia, 2015. Depp y Heard se separaron en medio de una guerra mediática y acusaciones mutuas de violencia física. Foto: Shutterstock

Cuando se sube un video, foto, audio o videollamada, lo que pueda suceder es incontrolable, “cada usuario se siente con el derecho de opinar y, también agredir, a quien considere responsable de la violencia”. Así inicia el linchamiento virtual, continúa Urrutia, pues escondidos de tras de las pantallas es más fácil poder ser violento, no hay una corporeidad que dé la cara sobre las expresiones expuestas; “se agrede desde el anonimato”.

Generalmente, la violencia inicia en el núcleo familiar, entre personas que han sido víctimas de violencia en sus infancias y adolescencias, “pues lo que no se trabaja, se repite”, y los condena a repetir patrones familiares hasta que alguno rompa el ciclo de violencia, “lo cual es bastante difícil, no imposible, por las características de personalidad de cada uno, como la baja autoestima, las sensaciones de impotencia, la codependencia, la dependencia económica, la religión, la presión familiar”.

¿Cómo se puede ayudar en casos de violencia?

Aquí, Urrutia enumera: validar la situación, creer a la víctima, escuchar, acompañar y fortalecerla para que denuncie el hecho legalmente o para que abandone el silencio dudas tomando distancia del agresor.

Acudir a terapia o psicoterapia para trabajar las causas inconscientes, “pero sobre todo para no repetir patrones y romper el ciclo de violencia, y que este no sea repetido por los hijos, si los hay”.

Las formas de vincularnos y relacionarnos con los demás, así como las elecciones de pareja, tienen raíces en el inconsciente. La buena noticia es que aunque esto nos predispone, no nos determina. “Cada uno puede elegir y decidir de manera consciente lo que quiere para su vida y el tipo de pareja o relación desea en un futuro, trabajando en ello ahora”.

La mirada de los niños

Algunos de los conflictos que se sobreexponen en las redes involucran fotos de niños cuya custodia está en discusión. ¿Desde qué edad los niños son especialmente sensibles y capaces de percibir las peleas entre sus padres? Desde los primeros meses, indica la psicóloga clínica María Fernanda Man Ging.

“La conciencia comienza a desarrollarse desde los primeros meses de vida, y va adquiriendo una capacidad cada vez más compleja para reaccionar a las manifestaciones del mundo exterior y distinguir entre los estímulos placenteros y displacenteros”.

Con los niños que no hablan, es difícil saber si comprenden lo que está pasando, pero el cuerpo ya puede percibir los entornos estresantes, como cuando hay una pelea, desde los 6 meses de edad, ocasionando un desequilibrio en las hormonas relacionadas con el estrés. “Y si esto ocurre de forma continuada, puede traer consigo consecuencias a largo plazo en la salud, desarrollo cognitivo y vínculos”.

Angelina Jolie y Brad Pitt en el estreno de 'El árbol de la vida', durante el 64 Festval de Cine de Cannes, 2011. Al momento de su separación, en 2016, tenían seis hijos, entre biológicos y adoptados. Foto: Shutterstock

El niño pequeño entiende y sufre. A menor edad, mayor vulnerabilidad, dice Man Ging. “Conforme el niño crece, va procesando mejor la información que recibe del exterior y le es posible exteriorizar, de manera más evidente, cómo le afecta el conflicto, para que los adultos puedan atender sus necesidades con mayor prontitud y con más recursos”.

Los padres que se separan deben hablar sobre la parentalidad compartida, pues su rol de padres sigue vigente. Si no pueden llegar a un acuerdo solos, puede que requieran la intervención de un mediador.

Analicen si pueden gestionar las propias emociones al hablar del tema, aconseja la psicóloga. “Sus actitudes y comportamientos ayudarán al hijo a autorregularse y transitar la separación de manera saludable. Si alguno de los padres se autopercibe herido, aterrado, irritable, primero debe atender dicho malestar”.

Considere la edad del niño. Los más pequeños requieren explicaciones cortas y claras, con palabras comprensibles y afectuosas, haciendo especial énfasis en las nuevas distribuciones de espacios, salidas y tiempo compartido.

A partir de los cinco años, los niños a menudo solicitan más información para comprender los motivos, siendo muy común que asuman cierta responsabilidad sobre la separación, sientan culpa o tengan conflictos de lealtad, de modo que los padres deben prestar una mayor atención a los componentes afectivos.

Si el hijo está en la pubertad o adolescencia, probablemente esté en capacidad de comprender la separación como un asunto de pareja.

“Independientemente de la edad, la personalidad de los hijos también es importante”, recuerda Man Ging. Algunos lo tomarán con calma, otros harán múltiples preguntas, expresarán más ampliamente sus emociones o, por el contrario, tardarán en asimilar la información y reaccionar.

Según lo que usted sepa de sus hijos, prepárese para dar contención, esperar, tener sucesivas conversaciones o buscar ayuda externa.

¿Qué hacer si los niños toman partido por uno de los dos? Los niños se fijan y comparan las actitudes, comportamientos, los tratos, el tiempo que le dedica cada padre y las muestras de afecto y validación. Dependiendo de eso, pueden llegar a sentirse más a gusto con alguno de sus progenitores.

Los niños no son armas o trofeos en la lucha entre los padres. Evite la parcialización, compartiendo las responsabilidades y adoptando la coparentalidad. “Es el ejercicio del amor parento-filial, en el que se prioriza el bienestar de los hijos, a partir del cuidado y contacto de los padres, sin bandos y sin una figura periférica o secundaria”.

Cuando los acuerdos no son posibles, puede ser necesaria la intervención externa, en muchos casos, legal.

Y esos desacuerdos pueden partir de las críticas directas hacia uno de los progenitores, o por contar detalles conyugales que motivaron la separación. Cuando se hace esto, se altera la percepción de la realidad del hijo y se le genera sentimientos de tristeza, ira, vergüenza y ansiedad.

Se ha vuelto común ver a uno (o a ambos) de los padres en conflicto exponiéndose junto con sus hijos, para demostrar su vínculo. Pero no se ve que mientras más mediática es la persona que realiza la publicación, mayor es el riesgo a la integridad y dignidad del menor. La información íntima y familiar pasa a ser de dominio público sin el consentimiento del niño, y podría utilizarse para causarle daño intencionalmente, sea físico (represalias, secuestro, abuso) o psicológico (manipulación, acoso).

La parentalidad responsable no se mide con la cantidad de fotos, historias o videos publicados en redes sociales”, resume la psicóloga. “Además, cuidar a los niños de la sobreexposición es otra forma de demostrarles respeto y afecto”. (F)