Un divorcio nunca es sencillo, pero cuando la causa es un engaño la experiencia adquiere un peso particular. No se trata solo de cerrar un ciclo de convivencia, sino de enfrentar la fractura de la confianza, la duda sobre lo vivido y la sensación de haber perdido el piso. La traición no termina en la pareja: alcanza a los hijos, a la familia ampliada y a la propia percepción de valor personal.


























