Observo Galápagos desde el avión y se me infla el espíritu. Automáticamente retorno a mis primeros años en estas islas, cuando el aire olía a sal y palo santo, la vida era plena, el tiempo infinito, los afectos para siempre. Entonces era dueña del mundo, del mío al menos, tenía mayores certezas que hoy, más de un cuarto de siglo después. Es el retorno a la primavera, a mi yo primordial y fresco, al tiempo en que cada planta y onda de luz refractada tenía un nombre propio que asumía conocer.