El austriaco Michael Mascha era un firme admirador de la buena comida y de los vinos más apetecidos, todo un conocedor de paladar refinado con una cava personal de 500 botellas de esa bebida. Pero cuando en el 2002 su doctor le diagnosticó una delicada condición cardiaca que le prohibía seguir bebiendo alcohol, salvo que prefiera morir, tuvo que tomar una decisión que cambió el rumbo de su paladar.