La comunicadora Sharon M. Koenig (Puerto Rico, 1962), autora del libro Los ciclos del alma, asegura que tenemos aproximadamente 60.000 pensamientos diarios y la mayoría son negativos, repetitivos y del pasado. No lo dice solo ella, es lo que arrojan los estudios científicos acerca del comportamiento de nuestro cerebro.

Esta aseveración se quedó en mi mente reproduciendo nuevos pensamientos y análisis. Eso explica por qué hablo tanto conmigo misma, pero también explica por qué las redes sociales se abarrotan de mensajes a tal punto de que mucho de lo que se dice se vuelve inútil para la comunidad. Twitter, por ejemplo, es el canal perfecto para drenar todos los 60.000 pensamientos diarios y entregarlos en una, dos o tres partes. 

¿Imaginan eso? Sí, los humanos somos capaces de eso y mucho más. Porque se nos dijo que tenemos libertad de expresión, que todos podemos y debemos opinar y porque finalmente ese es nuestro espacio personal y podemos hacer lo que nos dé la gana con él. Entonces las redes sociales se convierten, para mí, en un escandaloso espacio donde debo ser muy acuciosa para discernir qué leo y qué no, a quién sigo y a quién no.

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En estos tiempos, discernir es un arte, como también lo es callar. Lo primero requiere de más recursos personales, pero lo segundo no requiere de mucho".

Si la mayoría de los pensamientos diarios de una persona son negativos o repetitivos y esa persona no hace nada por transformarlos, ¿qué tipo de mensajes podría transmitir a los demás en su metro cuadrado virtual? Y siendo tan contagioso el pensamiento negativo, ¿te has puesto a pensar a dónde puedes ir a parar si dedicas la mayor parte de tu día a leer sin discernir lo que los otros publican?

En estos tiempos, discernir es un arte, como también lo es callar. Lo primero requiere de más recursos personales, pero lo segundo no requiere de mucho. Solo parar por un momento el impulso de querer entregar los miles de pensamientos a quienes no nos han pedido que se los compartamos. Después, determinar si realmente es necesario que digamos eso que por un instante pensamos que era lo mejor que se nos había podido ocurrir.

Si aplicáramos los tres filtros de Sócrates (bondad, verdad y necesidad) en cada cosa que publicáramos en nuestras redes sociales, seguramente sería más liviano transitar por ahí. ¿Lo que me quieres decir es por lo menos bueno? ¿Lo que me vas a decir es verdad, lo has comprobado? ¿Es necesario que digas lo que vas a decir? Probablemente luego de responder a esas tres preguntas callaríamos más a menudo y divulgaríamos menos falsedades.

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En tiempos de crisis es más difícil callar. Lo que queremos es gritar, expresar nuestra postura a como dé lugar.  Y sin esos filtros podemos agrandar los problemas, aumentar las tensiones y empeorar una situación. Me gusta pensar que cuando hablamos mucho no tenemos problemas de oído sino de alma. No lo hacemos para ser escuchados, sino para tratar de escucharnos. Pero al callar ponemos en orden nuestros pensamientos y nosotros nos podemos escuchar sin que otros lo hagan. Callar es un arte que debemos cultivar. (O)