La primera vez que me hablaron del Tanguito fue a finales del año 2015, me lo describieron como un pequeño y acogedor restaurante en donde se comía bien, en un ambiente iluminado por velas entre música, fotos y recuerdos de su propietario, Nicolás Altamura, quien se vino de su natal argentina hace ya más de una década. Debo confesar que nunca los visité sino hasta ahora.

Lo que comenzó con unas pocas mesas en la avenida Francisco Boloña 215 (Kennedy Vieja) se ha convertido en un agradable salón en Víctor E. Estrada 1011 entre Ilanes y Jiguas (Urdesa), donde además de comer se puede escuchar, aprender a bailar, ver un show o participar de una milonga, todo girando alrededor del tango.

Lo visité un jueves de milonga (evento en el que se reúnen las personas a bailar tango), prevenido de que el lugar es muy concurrido, realicé una reservación para asegurarme una buena mesa, no quería perderme ningún detalle. La música sonaba sin ser estridente, las velas iluminaban discretamente y una pareja entrelazada bailaba sin distraerse.

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Llegó el menú y de inmediato pedí una porción de empanadas mixtas ($ 7), vienen siete entre pollo y carne, son fritas aunque no se sentían grasosas. Sencillas, sin ser muy condimentadas, cumplieron dignamente (sobre todo las de carne)   su papel de entretener hasta que lleguen los platos fuertes. Eso sí, me llamó la atención que no tenían la opción de hacerlas al horno, pienso que quedarían más delicadas.

El baile continuaba y ahora ya eran tres parejas las que realizaban los pasos. Fue entonces cuando me propusieron una clase rápida mientras esperaba la cena, pero mis habilidades con el baile son nulas, así que con pena y vergüenza tuve que rechazar. Afortunadamente, para no quedar tan mal, lo ordenado no tardó en llegar.

La promesa del Tanguito es preparar platos caseros típicamente argentinos, siguiendo las recetas de algunas abuelas, no es un lugar de asados pero sí tienen carnes con diferentes salsas, milanesas en varios estilos y claro, varias pastas.

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Probé el lomo Tanguito ($ 16) y otro a la crema de puerro ($ 16). El primero tiene la firma de la casa y me lo recomendó el mesero, son dos medallones de carne (llegaron en el punto solicitado, medio) bañados en una salsa con hongos y tocino. En la siguiente opción el lomo estaba cortado en tiras pequeñas y no muy gruesas que se mezclaban con la salsa. En ambos casos vienen con ensalada y papas al gusto de cada uno.

Los platos estuvieron aceptables, recetas básicas, productos sencillos y porciones grandes, pero nada por qué volvernos locos. Los que sí sobresalieron fueron los sorrentinos de espinaca, ricota y nuez ($ 12), pasta hecha en casa, delicada y perfecta textura. Una buena cantidad de relleno que hacía sentir a todos los ingredientes. El único detalle es en la salsa que debe ser servida con un poco más de generosidad, al final ya no quedaba en el plato y el último bocado lo comí en seco.

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No, no es el restaurante en donde mejor se come en la ciudad, pero sí un lugar único en donde de una manera mágica nos transportan a algún rincón de Argentina, para vivir un momento diferente. Regresaré el miércoles, quiero ver el show de tango, recordar mis viajes a Buenos Aires y comer los ñoquis de papa con estofado de la yaya. (O)