De lejos, Angela no parece el prototipo de una mujer maltratada por su pareja. Será porque el abuso doméstico no discrimina condición socioeconómica o nivel educativo. Es obvio lo que esta ama de casa, que vive en un idílico suburbio londinense y voluntaria en su tiempo libre en un refugio de animales, debe hacer: abandonar a su esposo y escapar con sus hijos pequeños. Es lo que realmente quiere hacer, de hecho, pero algo la detiene.