En diciembre, cuando la ciudad empieza a llenarse de coros y encendido de árboles, el coro infantil de la Universidad de Guayaquil entra en su periodo más intenso. Las tardes se vuelven más largas, los ensayos se duplican y los niños afinan repertorios que muchos llevan escuchando desde sus primeras navidades.
La temporada navideña coincide con un hito para la agrupación: cumplen 30 años de actividad desde que el coro nació en 1995. La fecha no cambia la rutina de diciembre que siempre es exigente, pero sí marca una etapa que permite mirar hacia atrás. Tres décadas después de su fundación, el proyecto mantiene su esencia formativa y comunitaria. Surgió por iniciativa del maestro Enrique Gil (Kily), con apoyo institucional, y desde el inicio buscó abrir un espacio para que la niñez explore la música de manera constante.
Publicidad
“Hemos llegado a un punto en el que ya no sabemos cómo acomodar la agenda”, dice Maritza Echeverría entre risas. Ella coordina al coro desde sus inicios y conoce cada una de esas dinámicas: niños nuevos, niños que regresan, padres expectantes y un equipo que se mueve con el ritmo de la temporada.
El objetivo de cada niño en el coro
Francisco Aguilera, director del coro, explica que este cierre de año resume la esencia del proyecto: “Lo que buscamos es formar desde pequeños. La música moldea disciplina, trabajo en grupo y constancia. Muchos niños con timidez o hiperactividad cambian cuando cantan”. Lo dice con la naturalidad de quien lleva tres décadas frente a un semillero coral. Hoy trabajan con 30 niños, hijos de trabajadores, estudiantes y familias externas que acuden mediante dos audiciones anuales. Son actividades extracurriculares, los niños llegan tras su jornada escolar y ensayan por la tarde.
Publicidad
Aunque la Navidad concentra buena parte de la programación, la historia del coro se sostiene durante todo el año. Maritza en un inicio entró como madre de familia llevando a su hija a la primera reunión, y desde entonces asumió responsabilidades que van desde recibir a los niños antes de audicionar hasta acompañarlos en presentaciones dentro y fuera de la ciudad. “Me ha tocado tranquilizarlos, darles seguridad. Un adulto siente miedo, imagínate un niño frente a una audición”, cuenta.
El trabajo para sostener un coro infantil no se limita a la parte artística. Requiere renovar voces cada año y volver a empezar. “Es complicado porque los niños crecen. Nunca tienes un grupo estable y eso te obliga a reiniciar procesos constantemente”, señala Francisco.
Sin embargo, ambos coinciden en que las recompensas son mayores a lo material o físico, significa verlos transformarse, asumir responsabilidades y entender que representan a la institución, a la ciudad y al país en cada viaje.
Eventos que tienen vigentes
Este año participarán en el festival municipal Los coros cantan a Guayaquil el 11 de diciembre en el antiguo Club de la Unión y en el encuentro del 13 de diciembre en el parque de la Paz. A esto se suman presentaciones en distintas facultades. Todas preparadas con repertorio tradicional: Campana sobre campana, El burrito de Belén, Duérmete niño chiquito y otros villancicos que funcionan como puerta de entrada para los niños que se integran por primera vez.
Este año no habrá giras, pero ya piensan en una salida para 2026, planificada con anticipación por motivos de seguridad y costos.
El financiamiento es mixto. Francisco trabaja para la universidad, mientras que otras actividades dependen de autogestión de los padres. Esa mezcla permite que el coro mantenga presencia constante en eventos comunitarios, festivales y actos institucionales: “Espacios así deberían multiplicarse. Falta mucho para la niñez en la ciudad“, finaliza. (E)