Hablar de José Saramago es hablar de lucha. El escritor portugués, Premio Nobel de Literatura en 1998, fue militante del partido comunista portugués; participó en la Revolución de los Claveles de 1975 en su país, que derrocó a la dictadura salazarista; y visitó numerosas veces Latinoamérica, muchas veces aprovechando viajes de su agenda literaria, para dejar claras sus posturas políticas.

Entre sus más de 40 obras destacan libros como Ensayo sobre la ceguera, en el que una epidemia de ceguera repentina le quita la vista a una ciudad entera. Curiosamente, como subraya Santiago Toral, coordinador de la carrera de Literatura y Escritura Creativa de la Universidad Casa Grande, el único personaje que nunca queda ciega es una mujer.

Para Toral, la obra de Saramago está atravesada por un intento de analizar al ser humano bajo un lente existencialista, que además es atemporal: cada vez que Toral relee Ensayo sobre la ceguera descubre aristas que no veía antes, pues es un libro que leyó muy joven. Que la única persona que no se quede ciega en la obra sea una mujer denota una arista feminista, según Toral.

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Las convicciones políticas de Saramago se reflejan también en su obra, según Andrea Crespo, docente de Literatura de la Universidad de las Artes. “Veo la inclinación política en su capacidad de no reducir el conflicto a buenos/malos, oprimido/opresor, sino mostrar cómo el ser humano puede potencialmente ser las dos cosas”, explicó Crespo. “A mi criterio, ese es el mayor grado de lucidez política: reconocer en nosotros la posibilidad del bien y del mal”. Sin embargo, para Crespo, las obras de Saramago no son panfletos políticos, sino “retratos de lo humano”.

Saramago nació en Azinhaga, un pueblo a un par de horas en auto de Lisboa. Eventualmente se mudaría a Lisboa, donde estudió hasta los 15 años. A su familia no le alcanzaron los recursos económicos para que terminara sus estudios. Fueron quizás sus inicios pobres los que lo llevaron a encontrar solidaridad con Latinoamérica mediante su labor de periodista y luego escritor.

Pilar del Río, periodista española y la segunda y última esposa de Saramago, dijo en una entrevista al diario uruguayo El País que el nexo de Saramago con Latinoamérica era fuerte: “Saramago siempre decía que nosotros nos hacemos a nosotros mismos, por los caminos que vamos tomando. Y él también de alguna manera eligió este continente”, expresó Del Río. “Era el lugar donde más venía, el que más le hacía reflexionar, el que más sentimientos le provocaba. Y fue su último viaje.”

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Saramago visitó Latinoamérica una infinidad de veces. Estuvo en Ecuador en el 2004, invitado por la fundación Guayasamín. Visitó Quito, Guayaquil y las islas Galápagos. En Quito protagonizó varios eventos, entre ellos un diálogo con la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador y su brazo político, Pachakutik.

Allí discutieron sobre la posibilidad de crear un organismo conformado por Saramago y otros premios Nobel para apoyar la organización de los movimientos indígenas en el continente. Saramago propuso un congreso que reuniera a todos los líderes indígenas de la región, afirmando que la noción de que “el movimiento indígena es un peligro para la democracia es una afirmación monstruosa. La democracia de los blancos es un peligro para los indígenas”.

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En otra de sus visitas a la región, Saramago estuvo en Chile. Cuando empezó el proceso judicial de la justicia española contra el exdictador Augusto Pinochet, Saramago dijo, mediante un posteo en su blog, que fue “una de las mayores alegrías” de su vida. En una de sus visitas a Chile, en 2003, fue a un evento conmemorativo en Villa Grimaldi, sitio que anteriormente fue el centro de detención y tortura más grande del régimen de Pinochet. Después de que hablara la periodista Gladys Díaz, sobreviviente, le tocaba hablar a Saramago. Sin embargo, él notó que la intervención de Díaz había generado tal reacción en los asistentes que prefirió guardar silencio.

En Argentina, Saramago visitó a los presos de La Tablada, quienes en 1989 intentaron tomarse el cuartel militar La Tablada, en la provincia de Buenos Aires. Junto con dos ganadores del Premio Nobel, Adolfo Pérez Esquivel y Rigoberta Menchú, y con el lingüista estadounidense Noam Chomsky conformaron una comisión internacional en favor de los presos de La Tablada, pues alegaban que sus derechos humanos fueron sistemáticamente violentados. En 2007, en su última visita a Argentina, Del Río recuerda que Saramago estuvo todo el viaje en silla de ruedas, excepto cuando se paró para tocar los nombres de las víctimas de la dictadura en Argentina, en la inauguración del Parque de la Memoria, en Buenos Aires.

Saramago nos deja “el legado de la persistencia”, expresó Crespo. “Él como escritor emprendió un camino desde la madurez, desde la pausa y el tiempo propio de su escritura interior. En tiempos de velocidad absoluta, la figura de Saramago es casi mitológica. Pero ese, a mi criterio, es el legado: escribir a pesar de todo”. (I)