São Paulo es un país en sí mismo. Con doce millones de habitantes circulando entre mercados y rascacielos, el arte, la gastronomía y la música se mezclan de forma vibrante en esta ciudad. Esta guía está dirigida a quienes, como yo, aman perderse en museos, deleitarse en una buena mesa y están dispuestos a dejarse arrastrar por el pulso de la vida paulista.

Convivencia entre la vanguardia y la tradición

La avenida Paulista es el corazón palpitante de la ciudad, donde se entrelazan comercios, restaurantes, hoteles y universidades. Caminar por allí es encontrarse con el imponente Museo de Arte de São Paulo (MASP), diseñado por Lina Bo Bardi, con una colección que me dejó sin aliento: desde piezas arqueológicas del continente, hasta obras de artistas brasileños y un Van Gogh que no sabía que existía.

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Más allá del MASP, la Bienal de São Paulo es un evento cultural imprescindible para quien desee sintonizar con el arte contemporáneo. Y para algo más íntimo, el Espacio Cultural Casa Bradesco me sorprendió con su muestra de Anish Kapoor, el escultor de “The Bean” en Chicago.

Liberdade, por su parte, es un pedacito de Asia en medio de São Paulo. Este barrio, hogar de inmigrantes japoneses que llegaron tras la abolición de la esclavitud, late con la energía de sus sakerías, karaokes y mercados. En el Japan House encontrarás la cocina delicada de la chef Telma Shiraishi, parada obligatoria para quienes busquen los sabores que evocan al Japón.

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El centro de Sampa es un tesoro de historias y sabores. Desde el emblemático Ipiranga, que narra los orígenes de Brasil, hasta el Mercado Municipal, cada rincón invita a explorar. Allí probé un sándwich de mortadela que parecía un abrazo en cada bocado y pasteles de bacalao que cuentan la historia de migraciones y mestizajes. Si no puedes llegar al centro, la Feira Livre en Oscar Freire ofrece una experiencia callejera igual de deliciosa.

La pizza paulista

São Paulo se narra a sí misma a través de las migraciones y los sabores. Con la llegada de los esclavos africanos apareció una marca indeleble en su gastronomía: la feijoada es un canto a la creatividad en medio de la adversidad.

Más adelante, la influencia italiana trajo consigo una pasión por las masas, culminando en lo que llamamos pizza paulista: una delicia que se distingue por su generosa cantidad de ingredientes y una masa que desafía las convenciones.

La migración italiana en esta ciudad es una historia de amor entre tradiciones y nuevas creaciones culinarias. En el espectro de la alta gastronomía, encontramos dos enfoques: por un lado, aquellos que atesoran recetas centenarias, como el agnoli Mantovani que se sirve en el restaurante Fame, del chef Marco Renzetti, cuya receta data del Renacimiento; y por otro, los innovadores que tejen la memoria y el terruño a través de la creatividad, como Evvai, del chef Luiz Filipe Souza, cuyos coloridos bocados saben a Brasil y a Italia.

Ser tan brasileño

Hace 25 años, en un pequeño restaurante llamado D.O.M., Alex Atala inició una revolución culinaria: elevar los ingredientes locales a la alta cocina. Tengo presente la sencillez de su arroz con huevo, transformado en un plato inolvidable, así como un pedacito de torta dulce, tradicional de Pernambuco, llamada “bolo de rolo”, sobre la cual colocan una hormiga Baniwa, ingrediente al que no estaban acostumbrados los brasileños cuando abrió su restaurante.

A Casa do Porco, bajo la visión de Jefferson Rueda, es otro ejemplo de la riqueza gastronómica brasileña. Su enfoque de ‘nose to tail’ no es solo una filosofía, es una celebración del cerdo en cada plato. Nunca olvidaré el carpaccio de cerdo crudo: delicado, audaz y perfectamente equilibrado con alcaparras, anchoas y hierbas cítricas. Aquí, la hospitalidad tiene nombre propio: Óscar Paredes, un sommelier ecuatoriano que ha encontrado su hogar en Brasil, y cuya recomendación de la caipirinha de tres limones engrandeció mi experiencia.

Finalmente, Tuju es más que un restaurante: es un refugio para el alma. Desde el primer instante, al recibir los amuse-bouche en su jardín interior, hasta el cierre en la terraza con quesos brasileños y miel melipona, cada detalle está pensado para reconectarte con el placer de comer.

Iván Ralston y Katherina Cordás redefinen el sentido de la hospitalidad cuando nos presentan en la mesa un pedazo de sardina, con tempeh (soya) y maxixe (pepino granate), cuya sencillez es sobrecogedora. Un plato con muchísimo sabor y, a la vez, que te hace admirar el producto que tienes en frente. Destaco su maridaje sin alcohol, una experiencia innovadora.

Bailar en Sampa

“Algo pasa en mi corazón, sólo al cruzar Ipiranga y la avenida São João”, canta Caetano Veloso en “Sampa” y así es mi relación con la ciudad, inmensa, abrumadora, pero solo al principio, porque con cada paso, se revela como un mosaico de historias, sabores y emociones. São Paulo no solo se explora, se vive y se devora. (O)