Para el músico y gestor cultural guayaquileño Luis Illescas, la necesidad innata que tiene el ser humano por consumir cultura, a través de cualquier manifestación artística, quedó evidenciada durante la cuarentena por la pandemia de COVID-19. “¿Qué es lo que más veíamos en las redes sociales? Música, conciertos en línea, videos de ciertas ciudades donde alguien tocaba un instrumento en el balcón y los vecinos salían a escucharlo y a aplaudirlo”, resaltó en una entrevista con este Diario.

Tras varios años incursionando en diferentes facetas de espacios artísticos, y en defensa de ese derecho y necesidad humana, Luis ha decidido este año convertirse oficialmente en un peregrino de la cultura (cambiando incluso su usuario de Instagram a @peregrinocultura). ¿Qué significa?

“Personalmente, sí considero que existe algo superior a nosotros y que lo puedes llamar Universo o Dios, pero esa energía universal está allí y nosotros somos parte de eso; entonces, un peregrino es quien va a los lugares donde se necesita de él. El peregrinaje es la acción de ir a ayudar, y no solo tiene que ver con una u otra religión”, precisa. “Entonces, al ponerle ‘peregrino cultura’ involucro mi lado humanista y también el bagaje cultural de todo esto que he vivido. Pero no solo abarca los shows o la música; implica dar lo que tengo en mi cabeza para aportar”.

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Para Luis, quien también es integrante de Sepia Jazz Trio, ese peregrinar o gestionar entre distintos actores culturales significa unirlos y crear enlaces valiosos de donde puedan surgir nuevas propuestas.

¿Cómo te sumergiste en el mundo musical y cultural?

Aunque inicialmente fui el vocalista en el grupo musical de mi colegio, donde tocábamos grunge, un día el bajista se retiró, así que decidí tomar yo ese instrumento y a la primera nota que toqué sentí como una gran energía dentro de mí (...). Con el paso del tiempo, comencé a ver videos de personajes como Paul Chambers, Dave Holland y a Christian McBride, y eran contrabajistas, y entonces decidí descubrir de qué se trataba. Me parecía algo tan elegante y a la vez tan salvaje. Sentía que estaban poseídos por algún ente y decidí que quería experimentar eso.

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Pero también estudiaste Turismo...

Sí, me gradué de la Espol, y creo que fue una buena decisión haber cursado esa carrera, porque aprendí otras herramientas que hoy también aplico en mi trabajo. Más que una carrera profesional, la veo como una carrera de vida.

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¿Cuándo comenzaste a pisar los escenarios?

Mi primer proyecto fue Jazz’ ta, que nació con Lucas Napolitano y Eduardo Ballén en 2011. Fue un momento bastante interesante, porque fue un tiempo para ganar experiencia. Comenzamos a tocar en Café Oh lá lá (ya desaparecido local de Urdesa); salíamos de las clases del Rimsky Korsakov y nos íbamos a tocar allá, porque estaba muy cerca. Luego se sumó Lyzbeth Badaraco y Marco Armijos, y se comenzó a correr la voz. Y se veía todo como un jam session; llegaban otros guitarristas y cantantes y se hizo un lugar chévere. Pero luego, como el artista es nómada, comienza a migrar. También había los miércoles de jazz en Diva Nicotina, donde siempre íbamos a tocar y luego incursioné en el blues con Blue Diva. Ese lugar se llenaba con escritores, actores; era un ambiente muy bohemio donde cada noche conocías a alguien diferente.

¿Qué opinó tu familia de esa faceta musical, ya que al principio no estuvo tan de acuerdo?

Mi mamá tiene una carpeta con todos los recortes de prensa (risas) y comenzó a cambiar su perspectiva, porque se dieron cuenta de que lo estaba tomando en serio. Pero ha habido temporadas de mucho crecimiento y otras muy oscuras, tanto emocionalmente como de trabajo. El artista no es solo aquel que ves sonriendo en el escenario, también es quien tiene que pagar las cuentas, el que a veces no tiene gigs alguna semana porque no hay, y a veces es por las políticas culturales que no siempre nos respaldan como artistas.

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¿Cómo puede la cultura impactar positivamente a Guayaquil?

La música y el arte son lo único que ha mantenido viva a esta civilización. Creo que el arte es lo que realmente nos hace humanos, y las personas sienten esa necesidad. Por eso, cuando se levantaron las restricciones por la pandemia, todos comenzaron a asistir en multitudes a los festivales o conciertos. (...) Aunque mi única faceta política es la que todos llevamos por naturaleza, sí creo que a través de leyes culturales podemos cambiar la realidad de muchos artistas emergentes, sobre todo estudiantes que quieren incursionar en este mundo y que al final pueden terminar decepcionándose y dedicándose a otra cosa.

¿Cuál es tu objetivo a largo plazo como gestor cultural?

Tampoco soy un filántropo millonario, pero quiero trabajar haciendo lo que me gusta; también en otros ámbitos, como la cultura del chocolate o vinícola. Pero, a largo plazo, la meta es ser feliz, y todo esto sin dejar la música a un lado. Pienso seguir tocando hasta que mi cuerpo me lo permita. La música me hace tener un mejor estilo de vida y me hace estar vivo. Creo que sin la música ya habría desaparecido: es mi motor.