Varios fueron los títulos que se barajaron para la exposición Retrospectiva de Olga Dueñas en Guayaquil. Puede parecer lo más ligero de decidir, pero en realidad no lo es. Al final, la sobriedad de Olga, como persona y como artista, se impuso. No más calificativos para mostrar el condensado de toda una vida dedicada al arte.
Tres salas del MAAC (Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo) reúnen cerca de 70 obras en óleo, acrílico y tinta sobre madera y plexiglás, cajas iluminadas y una serie de documentos de memorabilia nunca antes expuestos, que le siguen la pista por la trayectoria que iniciara siendo una joven norteamericana, hija de europeos (padre checoslovaco y madre húngara), que tuvo la buena suerte de ser alumna del maestro purista Amédée Ozenfant, en su escuela de Nueva York. Allí –año 1944– coincide con la pintora guayaquileña Araceli Gilbert, quien la invitaría a conocer Ecuador. A partir de entonces, otra será su historia personal.
Abstraccionismo y cinetismo son los signos que definen el trabajo artístico de Olga Dueñas (Olga Valasek, Cleveland, estado de Ohio, 1926); sin embargo, el acento en el cinetismo la identifica profundamente; sin duda porque su pintura está en directo nexo con la música clásica, una constante en su vida familiar de las primeras etapas de vida, ya que su padre y hermano tocaban profesionalmente el violín, el piano y el arpa. Trasladar esa cadencia musical al arte plástico fue su desafío generado por seguir un ritmo interior con un afinado oído no solo físico, también entrañable.
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Para Olga Dueñas, volver a exponer en el país donde residió cerca de tres décadas mientras estuvo casada con un ciudadano ecuatoriano es regresar en el tiempo, ver buena parte de la senda recorrida, asomarse a un lugar emblemático de Guayaquil como es el museo que está en el malecón junto al río. Después de enviudar, retornó a su país natal –vive en la Florida– y ahora, con 95 años a cuestas, llenos de lucidez, saberse nuevamente en una de las ciudades en que habitó –también lo hizo en Quito y Bahía de Caráquez- remueve en ella sensibles experiencias y emociones.
Esta retrospectiva también deja ver su paso por Venezuela y Puerto Rico, en cuyos museos y galerías expuso su arte moderno, que produjo en las décadas de los años cincuenta y sesenta. En el MAAC, el espectador encontrará una curaduría acorde con el espíritu de la obra de Dueñas: no es cronológica, es apreciar un “constante y coherente diálogo entre sus procesos”, según relata Mónica Espinel de Reich, quien ha trabajado durante varios meses en la investigación y el planteamiento de la curaduría de esta magna retrospectiva.
A la salida, es posible que el espectador quede con la sensación de haber “degustado” una obra exquisita, de una figura preponderante para el arte ecuatoriano, al que contribuyó con su abstracción y modernidad estética. (I)