En su regreso más ambicioso, Luc Besson no solo dirige, sino que reescribe el mito más célebre de la literatura gótica. Drácula, protagonizada por Caleb Landry Jones, Christoph Waltz, Zoë Bleu, Matilda de Angelis, Ewens Abid y Guillaume de Tonquédec, se despega de los clichés del vampiro para internarse en un territorio mucho más humano: el del amor incondicional.

“Todo comenzó porque Caleb y yo queríamos volver a trabajar juntos. Un día hablamos de las grandes figuras clásicas, en particular de los personajes monstruosos, y surgió el entusiasmo compartido por Drácula”, cuenta Besson.

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Ese entusiasmo fue el punto de partida. El director volvió a leer la novela original y quedó fascinado por su esencia romántica: “El libro, en esencia, es una historia de amor... Para mí, sigue siendo ante todo la historia de amor de un hombre que espera 400 años para volver a ver a la única mujer que ha amado, arrebatada por Dios”.

Así nació un guion que al principio no pensaba dirigir, pero que terminó cautivándolo por completo. “Me apasioné tanto que decidí hacerlo yo mismo”, confiesa.

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Desde el primer momento, Besson supo que su Drácula no sería el clásico monstruo sombrío y temible. Quería mostrarlo como un hombre carismático, incluso entrañable. El conde no solo es un príncipe joven, sino también un líder marcado por el dolor y el amor. Lucha en nombre de Dios, pero preferiría quedarse con su esposa. La guerra lo convierte en un ser incomprendido, traicionado por la fe y por el tiempo.

Luc Besson reinventa al vampiro más famoso en "Drácula". Foto: Tomada de X

En esta visión más íntima y menos sobrenatural del mito, Besson decidió alejarse de los superpoderes típicos. Si bien en la novela el conde se transforma en murciélago, humo o lobo, aquí se opta por una aproximación más plausible. Drácula usa perfumes para seducir, no hipnosis; se mueve con sigilo, no con magia. Es amante del arte, de las telas nobles y los objetos raros. Un esteta solitario, atrapado en una existencia prolongada, pero no por eso menos sensible.

Uno de los grandes giros fue trasladar la acción a París, en pleno 1889, durante el centenario de la Revolución francesa. La ciudad está en ebullición y, en ese caos, un vampiro puede moverse sin ser detectado.

Caleb Landry Jones en "Drácula". Foto: Tomada de X

Y es que la elección de Landry Jones como protagonista no fue casual: ya habían trabajado juntos. Para dar vida al conde, trabajó con un coach rumano para encontrar una voz y acento que le sirvieran como ancla. A partir de ahí, el personaje tomó forma con su traje púrpura, movimientos felinos y mirada hipnótica.

“En cuanto se puso el vestuario y encontró la voz, todo fluyó”, cuenta Besson. Tanto fue así que el actor estadounidense mantuvo ese acento incluso fuera del set, durante cenas o ensayos. (E)