En los dos partidos frente al Santos de Brasil el equipo ídolo del Astillero clasificó a semifinales jugando ‘a lo Barcelona’. ¿Qué es lo que identifican los aficionados con esta expresión? Que el equipo guayaquileño fue fiel a su tradición y a su historia, ambas escritas con coraje, fervor y entrega total en busca de la victoria desde los lejanos tiempos del Campo Deportivo Municipal y el viejo estadio Guayaquil donde brillaron Rigoberto Aguirre –primer arquero en salir jugando hasta media cancha, y experto en tapar penales con la cabeza– y el líder guerrero que no permitía desfallecimientos: Manuel Gallo Ronco Murillo.

Por decisiones desacertadas en los años 30 anduvo Barcelona por las series inferiores, jugando en las canchas de sarteneja y piedras, pero dando lecciones de varonía como cuando enfrentaron a los matarifes del Berlín –hombres rudos y avezados a los que detenía con clase el zaguero centro Julio Martín Jurado, el juglar de la barriada, aparentemente frágil pero valiente–.

Un gol de Pangora Falquez puso en ventaja a los de la esquina de La Modelo y ante la inminencia de la derrota, los camaleros repartieron hacha y machete. Exasperados, provocaron la bronca cuando estaba por terminar el encuentro, pero allí estaba la barra encabezada por Gallo Ronco, en ese entonces considerado el mejor cocacho de Guayaquil. Al grito de “¡a la cancha!”, saltaron los barceloneses y sentenciaron el pleito de ‘fut-box’ y se llevaron al barrio sur los puntos y el pleito.

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Hay una anécdota relatada en los diarios que revela de qué materiales estaba hecha la bravura torera. En 1942 Barcelona volvió a primera serie. Le tocaba debutar ante el mejor equipo de ese tiempo: el Panamá. Nadie apostaba un céntimo por los jóvenes del Astillero. De repente, en la tribuna saltó Pan de Dulce Aguirre mostrando tres billetes de a 100. ¡Trescientos por Barcelona y doy dos goles! Sus amigos trataban de hacerlo sentar para que desista del aventurado desafío. El prócer barcelonés no quiso aceptar el consejo. Se pactó la apuesta y aquella mañana Barcelona venció 4-1 a los panamitos con grandes actuaciones del portero Jaime Icaza, Luis Jordán, el peruano Juan Borjás, Federico Muñoz Medina, Gerónimo Guardafango Murillo, José Negro Jiménez y Wilfrido Rumbea, que puso el último gol de taquito. En el vetusto camerino Rumbea –otro prócer de la vieja guardia– anunció que se retiraba del fútbol.

Si alguien puede ser considerado el emblema de la garra del equipo, es el orense Sigifredo Agapito Chuchuca, quien arribó en 1946. A finales de ese año ficharon por Barcelona un grupo de jovencitos que se había forjado en los juveniles del Panamá. Estaban allí Enrique Romo, Galo Solís, Nelson Lara, Jorge Cantos, Enrique Cantos, Manuel Valle, Fausto Montalván –llevado un año antes–, José Pelusa Vargas, Luis Ordoñez, Héctor Ricaurte, entre otros. Se estaba gestando la idolatría. A ellos se unieron Juan Zambo Benítez y José Jiménez, y para el certamen de 1947 el legendario Guido Andrade, un exquisito de la punta zurda. Ellos fueron los que hicieron de Barcelona el ídolo de la ciudad, una condición que más tarde se extendió a todo el país.

Si examinamos la historia –la que algunos impertinentes se empeñan en destrozar a diario en campañas plagadas de ignorancia–, podemos certificar que Barcelona era un equipo batallador, difícil de llevarse por delante porque debajo de cada camiseta había un gladiador. Pero no es cierto que ese era el único argumento. El plantel tenía jugadores de gran clase, de técnica exquisita, de enormes recursos. Los que lo vieron en su esplendor son testigos de la brillantez e inteligencia de Jorge Cantos, un centro medio que dejó un gran recuerdo. Como enganche jugaba uno de los más cerebrales futbolistas de nuestra historia, Pelusa Vargas. Por las puntas se movían Jiménez y Guido Andrade, a quien el técnico español José Planas recomendó a Boca Juniors durante el Sudamericano de 1949. Como media punta se desplazaba un jugador genial: Enrique Cantos, a quien llamó el equipo ibérico Las Palmas por insinuación del Pibe Larraz, quien ya vestía esa camiseta. Y con el encargo de los goles imposibles Sigifredo Chuchuca, “cholo hecho de mangle y picardía”, como dijo una vez Ricardo Chacón.

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¿Cómo se hizo ídolo Barcelona si hasta 1948 –año en que un periódico deja constancia de ese título– no había ganado ningún cetro? El pueblo sintió, en el fondo del corazón, que esos once jóvenes criollos representaban su esencia guerrera y enfrentaba a gigantes sin mostrar complejos. Algo parecido a lo hecho en esta Copa Libertadores frente a Atlético Nacional de Medellín, Estudiantes de La Plata, Botafogo, Palmeiras y Santos.

Permítanme remontarme a añejos tiempos para ilustrar el conocimiento de porqué Barcelona fue adoptado como el ídolo de nuestro fútbol. En junio de 1948 llegó el Deportivo Cali, que traía en su nómina a grandes jugadores argentinos Reuben, Mocciola, Spagnuolo, Colecchio y Tocker. Parecía una fuerza arrasadora. El 8 de aquel mes le ganó a Norteamérica, campeón de 1947, por 5-3. El 11 de junio venció 3-1 a Emelec. Solo quedaba Barcelona para intentar frenar a la topadora colombo-argentina. El 16 de junio de 1948 se midieron en el estadio Capwell. Fue un excelente partido ganado por los locales 4-3.

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El 30 de ese mismo mes Barcelona concedió la revancha. El equipo amarillo empezó ganando con gol de Chuchuca, a los 4 minutos. Empató Ruiz, de penal a los 20m, y volvió a marcar a los 24m. Los caleños se pusieron 3-1 con gol de Montañez, y a los 39m Ruiz puso el 4-1 que parecía definitivo. Lo que los caleños no contaban era con la reacción de Barcelona, que empezaba a crearse la fama de voltear resultados. Enrique Cantos, en una jugada de pura astucia, puso el 4-2 a los 44 minutos y así se fueron al descanso.

A los 48m ese prodigio de técnica que fue Guido Andrade marcó el 4-3. A los 51m Chuchuca sorprendió a defensas y arquero para empatar. En las graderías había fiesta. Los criollos de Barcelona estaban consiguiendo lo que parecía imposible. El siempre eficiente Jiménez puso la anotación de la victoria a los 64m. Ya pitado el final, y pasados varios minutos el público seguía de pie, aplaudiendo a los jugadores de Barcelona que ganaron 5-4.

Esa es la historia que no conviene olvidar porque sus lecciones sirven para presente y futuro. Es necesario que dirigentes, jugadores y periodistas –los que no presumen de sabios– la aprendan para que la cima esté cada día más cercana. (O)

Era difícil de llevarse por delante a Barcelona, debajo de cada camiseta había un gladiador. Pero no es cierto que ese era el único argumento. Tenía jugadores de gran clase, y de técnica exquisita.