(Entrevista publicada originalmente en la edición especial de El Gráfico, dedicada a la inauguración del Nuevo Estadio Capwell, en mayo de 1991)

Ñato, en el Río de la Plata, significa de nariz achatada. Pero la gracia natural rioplatense -indesmentible- suele apodar a las personas justamente por su característica opuesta. Esto es: decirle mudo al que habla mucho, Primero de Mayo al haragán o ñato al narigón. Y como Eduardo García prometía tener una de esas narices singulares (como la mía), de botija nomás le quedó el apodo que lo seguirá de por vida: El Ñato.

Atajaba mucho el ñatito de Colonia y enseguida la fama de buen golero lo desembarcó en Montevideo para recalar en el Peñarol, el cuadro del pueblo en Uruguay. Hasta ahí, lo de cualquier peladito con aptitudes para destarcarse en este atrapante mundo del fútbol. El resto fue obra del destino, quizá, que lo transformó en uno de los más grandes símbolos emelecistas de todos los tiempos.

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Vea el especial sobre la historia del campeonato ecuatoriano

Pregunta: ¿Cómo fue, Eduardo?
Respuesta: Casualidad, destino, no sé... Yo apuntaba bien en Peñarol. No bien llegué de Colonia, el húngaro Emérico Hirschl, que era el técnico del primero (los uruguayos no dicen primera) me llevó a entrenar con los profesionales. Tenía un susto bárbaro, imagínate, recién había cumplido 17 años y alternaba con Rocha, Spencer, Joya, Gonçalves, todos esos fenómenos. Solo tenía un arquero delante mío, Maidana, uno de los grandes que tuvo Peñarol.

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¿Por qué saliste, entonces, te tapó Mazurkiewicz?
No, si el Ruso era suplente mío. Yo fui al Sudamericano juvenil del 64 como titular y capitán de Uruguay. Mazurkiewicz quedó en el banco. No, pasó que a poco de llegar al primero me rompí los meniscos. Ahí sí Peñarol compra a Mazurkiewicz para cubrir mi puesto. Cuando me repuse, como para que tomara ritmo de nuevo, Peñarol me dio a préstamo a Emelec, solo por la Copa Libertadores. Fue en el 67. Vine por tres meses y me quedé para toda la vida.

Lindo personaje el Ñato. Buenazo, humildón... Cuando dijo aquello de "el Ruso era suplente mío", lo hizo forzado, en tono bajito, luchando porque el orgullo o la verdad no parezcan fanfarronería. Tipo sin poses, de la noche a la mañana se convirtió en un comerciante superexitoso (sus cuatro parrillas -en 2016 posee seis- son un boom permanente de público), pero no se le subió el empresario a la cabeza. Sigue siendo el mismo muchacho que llegó de Uruguay buscando ganar un Sucre y un espacio en el corazón de los ecuatorianos. Y no incorporó un solo vocablo del lugar. Habla igual que si hubiera llegado ayer de Montevideo, aunque ya van 24 años en Guayaquil...

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Entrevista al 'Ñato' García, publicada en El Gráfico, en 1991

¿Y después qué, Ñato?
Entré bien acá. Llegué una mañana de domingo, a la tarde empezaba un cuadrangular, creo que contra unos checoslovacos. Empatamos cero a cero y paré muchas, me aplaudieron. En el 68 me compró Nacional y me volví a Montevideo.

¿Te compró definitivo?
Sí, pero las cosas andaban mal allá, no cobrábamos, así que por las mías nomás me saqué un pasaje y me vine de nuevo acá. Me había ido muy bien, estaba adaptado, me gustaba.

¿Te viniste sin que te compraran el pasaje...?
Sí, un poco de prepo (prepotencia). Hablé con la gente del Emelec, y como Nacional debía la mayor parte del dinero del pase, se facilitaron las cosas. Y en este club (Emelec) me quedé hasta que me retiré, incluso mucho después porque fui técnico (campeón con los azules en 1979) y hasta dirigente. Bah, en una época era técnico, gerente, arquero y hasta utilero, porque el club andaba mal.

Pero hubo épocas de gloria
Claro. En el 72 fuimos campeones (con el técnico ecuatoriano Jorge Lazo). Fue el mejor equipo que integré. Yo, Echeverría, Lasso y Prospitti. También alternaba Guime. De León y Lamberck eran uruguayos y Prospitti, ya sabés, argentino. ¡Cómo jugaba Prospitti!, ¡cómo le pegaba! No entrenaba mucho, pateaba nomás, pero la ponía donde quería. Cada vez que teníamos un tiro libre, iba Pedro (Prospitti) y pum, gol. Lástima que tomaba mucho. Era otra época, menos profesionalismo, menos estado físico que ahora. Después, en el 79, fuimos otra vez campeones. Ahí yo era arquero y técnico.

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Se me hace que de Guayaquil no te vas más...
Y, no creo, acá está mi vida, mis cuatro hijos; vine a los 21 años acá, acá me hice hombre. Además, me nacionalicé. Eso es un orgullo. Yo jugué para Ecuador las Eliminatorias del Mundial 78. Nos ganó Perú porque tenía un equipazo inolvidable: Teófilo Cubillas, Chumpitaz, Oblitas, Velázquez, Cueto, Muñante, que fue el mejor puntero derecho que vi en mi vida.

La gente de Emelec, que cuida y recuerda a sus ídolos, como yo no he visto jamás en otra institución, te adora, incluso uno de los sectores del nuevo estadio va a llevar tu nombre; hasta te ofrecieron el comedor de la zona de suites, ¿eso se percibe, no?
Cómo no, el cariño de la gente es algo muy lindo. Yo también aporté lo mío. En el 88 fui dirigente. Traje tres uruguayos y salimos campeones nuevamente. El arquero Javier Baldriz, Beninca, que fue el goleador, y Miguel Falero. Cuando llegué con Falero casi me pegan, no lo querían. Yo les dije: si no funciona, el contrato de él lo pago yo. Fue un fenómeno, el cerebro del equipo. Pero el orgullo más grande que tengo es que acá todos los años, por norma, se cambian los tres extranjeros del equipo. Un poco para darle nuevas expectativas al hincha. Pese a eso me quedé doce años, un mérito de pocos.

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Entra gente, sale gente, la parrilla de Urdesa es un clásico de Guayaquil. Y todos igual, "Hola, Ñato", "Chau, Ñato". El cariño se mantiene inalterable. Días pasados quedamos con Miguelito Brindisi en ir a cenar juntos. Le pregunté si le parecía bien la parrilla del Ñato. "Prefiero ir a otro lado, ahí son todos de Emelec", me contestó. Y me gustó. Me encantó que el técnico de Barcelona prefiriera no ir a abrevar en las fuentes de su eterno rival. Al mismo tiempo me dimensionó lo que es Eduardo García: el Emelec mismo. (D)