Desde el campito de béisbol que había hecho habilitar en la esquina del Jockey Club, en Quito y Venezuela, en 1938, el Gringo guayaquileño George Lewis Capwell fijaba su mirada hacia el norte de esa ubicación, a las inmediaciones del siniestro Inalámbrico donde se escribieron historias de suicidios.

Un enorme descampado le hacía concebir un sueño: el béisbol jugándose en un diamante de césped mientras el público saltaba, emocionado, ante el impacto de un jonrón que sobrepasaba las graderías de hierro y cemento. Y él, George Capwell, pasando por las almohadillas, con su gorra en alto, para recibir el aplauso del respetable público.

Había llegado Capwell en abril de 1926 a Guayaquil para hacerse cargo de la planta eléctrica en el sur, sin pensar que entre él y la ciudad se forjaría un romance que le duró toda su existencia y que persiste aún en el alma de los seguidores de la entidad que fundó y engrandeció hasta convertirla en el club más poderoso y de mejor organización en el deporte porteño: su Emelec.

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Con un pequeño aporte de la matriz de la Empresa Eléctrica del Ecuador en Nueva York, con el dinero que salió del bolsillo de Capwell y la contribución de varias compañías que donaron cemento y hierro, Emelec inició la construcción de su estadio en 1943. Capwell no sabía de renunciamientos. La obra avanzó sin demoras y en 1945 estaba ya lista para ser inaugurada. Era el primer estadio con cancha de césped en Guayaquil y aunque fue hecho para béisbol, el fútbol no dejó de posar sus ojos en el elegante escenario. El 21 de octubre de 1945 el estadio, bautizado con el nombre de su gestor y constructor, se puso a las órdenes del deporte guayaquileño con un choque beisbolero entre las novenas de Emelec y Oriente.

Aurelio Yeyo Jiménez conectó el primer hit en el diamante de la calle San Martín. Moisés Romo lo empujó con otro hit y llegó al home por error de Roldós para anotar la histórica primera carrera que se marcaba en el Capwell. En el sexto inning Marcos Avilés puso el primer tribey y fue Capwell el autor del primer sencillo de Emelec en su propio campo. Ocurrió en el tercer episodio y sirvió para impulsar a Enrique Pombar a la registradora en la primera vuelta que se daba en ese terreno.

En diciembre de 1945 Capwell, que no simpatizaba con el balompié, cedió al pedido de su vicepresidente y compañero en la novena de Emelec, Luis Enrique Baquerizo Valenzuela, para autorizar un encuentro de fútbol que debía realizarse ese mes en el nuevo estadio. Emelec, ya convertido en un equipo poderoso, iba a enfrentarse a la selección Manta-Bahía que iba a arribar a la ciudad dirigida por el famoso Elí Jojó Barreiro.

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Era la primera vez que iba a verse fútbol en una cancha de césped, lo que provocó que se llenaran las graderías y los techos de las casas vecinas. Emelec formó ese día con Félix Tarzán Torres; Carlos Pibe Sánchez y Walter de la Torre; Ballesteros, Luis Antonio Mendoza y Moreira; Hugo Puñalada Villacrés, Bayas, Jorge Aragón Miranda, Marino Alcívar y Cristóbal Guaguillo Salazar.

Los manabas alinearon a Ballesteros; Tucker y V. Vaca; Ricardo Chinche Rivero, Heráclides Marín y Viera; Rivero II, Wong, Carlos Alume, González y J. Vaca. A los 17 minutos ya ganaba Emelec con dos goles de Marino Alcívar, el de apertura tomando de media vuelta un centro de Villacrés para levantar el público de sus asientos y llegar a la historia al convertirse en el autor del primer gol en el Capwell. Los visitantes igualaron para hacer del partido una ardorosa disputa que adquirió tintes dramáticos cuando los manabitas se pusieron en ventaja.

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Pedro Nevárez reemplazó a Aragón Miranda en la segunda etapa y el Mellizo Mendoza logró el empate con un tiro al ángulo a los 57 minutos. A los 60m, una impetuosa entrada de Marino, gambeteando a tres adversarios, sirvió para que el famoso artillero consiga el 4-3. Carlos Flaco Alume volvió a igualar y cuando faltaban 7 minutos el diminuto Bayas envió un fuerte tiro cruzado que sobró a Ballesteros y le dio la victoria 5-4 a a Emelec en un encuentro memorable.

El siempre bien recordado Marino surgió en el barrio de Ayacucho y Coronel. Lo fichó el Inglaterra y luego el Independiente, en el que jugaban Enrique Moscovita Álvarez, Vicente Chento Aguirre y el Loco Gustavo Baste. Don Fernando Fiore se lo llevó al Italia con el que fue campeón en 1937. En 1939 Alcívar reforzó al Panamá en una gira a Colombia y lo contrataron Motoristas de Cali. En 1940 fue a La Habana llevado por los españoles del club Hispanoamérica que lo vieron en la selección nacional en el Sudamericano de 1939. En la capital cubana confirmó sus dotes de goleador. La revista habanera Fútbol le dedicó dos páginas “no por encabezar la lista de goleadores, sino por su gran efectividad en la línea de ataque hispófila que tantos triunfos debe a la fogosidad y acierto del ecuatoriano”.

Estuvo en la selección ecuatoriana en los Sudamericanos de 1939, 1941, 1942 y 1945. En 1939 se dio el lujo de hacerle dos goles al gran arquero peruano Juan Chueco Honores, el primero de ellos de media vuelta. Fueron los dos tantos ecuatorianos de estreno en un campeonato Sudamericano. Mrino Alcívar fue el goleador del primer campeonato nacional (entre provincias) en 1940 y en un solo partido le marcó seis a la selección de Esmeraldas.

Diario EL UNIVERSO lo definió así en 1941: “Posee un fuerte tiro y realiza filtradas velocísimas. Es el shuteador más peligroso. Posee un dribbling endiablado y gran velocidad”. Desde aquel 1940 Marino Alcívar fue bautizado como El rey de la media vuelta y El apilador endiablado. Jugó después del Italia en el Guayaquil Sporting, en Emelec y en el Panamá. Con los eléctricos fue campeón en 1946 y más tarde fue refuerzo millonarios en la Copa de Campeones de 1948 en Santiago de Chile. En el debut le hizo dos goles a Colo Colo. Al final del torneo figuró en el plantel de luminarias al lado de José Manuel Moreno, de River Plate; Danilo, el mundialista de Vasco da Gama, y Raúl Pini, de Nacional de Montevideo.

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El próximo miércoles se cumplirán 70 años de aquel partido y aquel primer gol. El Capwell va camino a convertirse en un palacete ultramoderno y ya no quedan huellas de aquel escenario de 1945. Con el brillo avanzada tecnología y las técnicas arquitectónicas de última generación, lo único que no va a cambiar es el nombre del estadio: para la posteridad seguirá llamándose George Lewis Capwell, según lo ha afirmado el timonel de la institución azul, Nassib Neme. (O)

El próximo miércoles se cumplirán 70 años del primer partido de fútbol jugado en el estadio George Capwell. El azul Marino Alcívar marcó la primera anotación.