Queridos amigos y amigas, todos y todas, ustedes y ustedes, hoy vamos a tener un festival de alta cocina, para que refinen el paladar y no anden jugándose la vida de agachadito en agachadito. Dejen en paz a la madrina y sigan esta receta, que como podrán apreciar no tiene desperdicio. Primero convoquen a una sesión previa gourmet a los comensales, en Guayaquil de preferencia y les explican la necesidad de poner en la parrilla al conejo en infusión de hongos, en adelante CIDH. Este plato normalmente se lo hace a fuego lento y llama baja, sin golpes de calor excesivos. Se inicia con un refrito de cebollas en aceite de oliva, pero tienen que asegurarse que no sea del chimbo o peor todavía contrabandeado, porque ahí sí llega el chef Carlos Marx y les mete al horno, no al refrito, sino a ustedes. Antes que las cebollas se cristalicen, como decimos los chefs, pongan los ajos cortados en láminas muy finas, pero cuidado con el dueño de la cocina que es experto en tirar ajos a todo el mundo y no del fino, sino del gruesote, del burdo y ahí sí el sabor puede quedar un poquito fuerte. Cuando los ajos se hayan difuminado entre las cebollas, pueden poner un poco de tomate pelado y sin semillas, más o menos como la cara de losDespués si quieren que en lugar de papillote sea un papelón, salgan a decir que este plato triunfó ampliamente aunque nadie se le comió. acompañantes de Patiño cuando se dieron cuenta de que sus propuestas sobre la CIDH no iban a tener acogida alguna. No se les ocurra incluir en la receta pollos transgénicos porque el Evo Morales dice que uno puede hacerse homosexual si se los come y después le da ataque de alferecía al pastor Zavala, se pone a hablar pendejadas y le sancionan en el TCE.

Una vez que los tomates se encuentren diluidos, como las propuestas, entonces toca llamar al dueño de la cocina para que le ponga un poco de fuerza y sabor a la preparación, cuerpo que llamamos los chefs. Ahí llega y se manda un salteado de insultos, amenazas y si hay suerte y el ánimo le acompaña puede incluso llegar a retar a puñetes a algún periodista. Obviamente una guarnición así resulta indigesta para cualquiera, pero de seguro si cocinan esto en sábado y llevan público, nadie se queja y hasta les van a festejar las ocurrencias. Una vez preparada la guarnición, vuelven al plato y por fin le echan el conejo, cuidando, eso sí, de que no les hayan metido gato por liebre, más o menos como hizo el embajador de Uruguay que le pegó horrenda cachorreada al Gobierno del Ecuador en la sesión de la OEA. Con el conejo en la cacerola se le tapa y se deja que absorba los jugos y sabores del refrito, así como los asesores de Cancillería que entre los respaldos a Libia o a Siria y nuestra política de hermandad con Irán, han demostrado ser bastante tapas.

Cuando el conejo se encuentre sellado, se le mete un chorro de vino para que mejore su sabor, como hizo en junio del 2012 el presidente en Cochabamba que vino, pero nadie sabe para qué vino. Después de esto y cuando el alcohol se haya evaporado, como las chances de que la propuesta del Ecuador sobre la CIDH se aprueben, entonces toca meterle la sal al plato. Para esto hay varias opciones, una es haciendo una sabatina y llevando un montón de comensales, todos con cara de hambres atrasadas y dándole palo a todo periodista que difiera del pensamiento oficial. Eso nunca falla, pues para los invitados a actuar como populacho y no como pueblo, nada más sabroso que el linchamiento y el abuso. Semejante dosis de sal puede ser combinada plenamente con otra de testosterona líquida, que se consigue llamándole enfermo a un periodista o mejor todavía invitándole a un round de box. Otra opción para salar al conejo es invitándole al Patiño a poner los aliños, que con lo salado que es ayuda perfectamente, el riesgo de esta opción es que el plato quede con un poco de amargo al final. Por cierto, después de lo de la valija y del busto a Eloy Alfaro, si van a invitarles a los de Cancillería a cocinar, sugiero piensen en Montañita como opción.

Finalmente, conejo aliñado y guarnición se colocan en un papillote de aluminio, el cual se introduce en el horno a más o menos 200 grados y se deja estar por treinta minutos. Después si quieren que en lugar de papillote sea un papelón, salgan a decir que este plato triunfó ampliamente aunque nadie se le comió. El origen de la receta es francés o más bien tirando a belga, en todo caso con sus comensales van a quedar como franceses y no como otritos que quedaron como belgas.