Dos hechos llaman la atención en la campaña electoral. En primer lugar, la tajante división entre correísmo y anticorreísmo que se observa en la sociedad no está presente en la contienda y es muy probable que no se exprese en los resultados electorales. Ninguno de los siete candidatos opuestos al líder ha logrado constituirse como su contradictor, como la encarnación de un proyecto claramente diferente a la revolución ciudadana. Incluso, a diferencia de nuestras prácticas tradicionales, ninguno de ellos ha buscado confrontar directamente al que, sin duda, es el candidato más fuerte. Da la impresión de que todos ellos solamente han leído y escuchado los medios oficiales, porque no están enterados de las travesuras del primo ni de las visitas al rincón del vago. Han desperdiciado dos excelentes oportunidades para tomar la iniciativa, lo que habría obligado al líder a romper su bien planificada campaña y a adaptarse a otro libreto.

En segundo lugar, poco o nada se han preocupado por hacer propuestas claras que constituyan alternativas válidas y que entusiasmen al votante común y corriente. Al no presentar ideas-fuerza, se condenaron a formar parte de un montón informe e indeterminado. Pero eso no quiere decir que todos se sitúen en un mismo espacio o que existan acercamientos entre ellos. Más bien, es notorio el alejamiento entre unos y otros, que se hizo evidente desde el momento en que ninguno de ellos se propuso ocupar el centro del espectro político. Se lo dejaron en bandeja al líder, que supo captarlo de inmediato.

Por todo ello, a esta altura resulta tremendamente difícil que se puedan producir los dos únicos hechos que podrían llevar al triunfo de uno de ellos. El primero es que, dada la distancia entre esos candidatos, resulta utópico suponer que se pudiera producir el voto estratégico o útil, esto es, que haya un desplazamiento del voto hacia el candidato que aparece con mayores probabilidades para pasar a la segunda vuelta. El segundo es que por esa misma distancia, en una improbable segunda vuelta sería muy difícil cosechar los votos de los quedaron fuera. Es difícil imaginar a los votantes de Acosta votando por Lasso, o viceversa, así como a los de Wray votando por Gutiérrez o los de cualquiera por Noboa.

Mirando el entrenamiento de un equipo de remo en un manso río norteamericano, un amigo decía que sería imposible la práctica de ese deporte en Ecuador. La coordinación de los integrantes –obligados a mover las paletas al mismo ritmo, con similar fuerza y obviamente en una sola dirección– exige una cooperación que nace de la conciencia de igualdad entre ellos y de la búsqueda de un objetivo único y compartido. Aplicando una versión light de la teoría de la acción colectiva y del rational choice, el observador decía que nuestras características individuales y colectivas hacen que cada uno actúe con ritmo propio, que ponga el esfuerzo que considera conveniente y que apunte a la dirección que le manda su regalada gana. El apacible río electoral le da la razón.