TEL AVIV, Israel

Fui a la sinagoga el pasado sábado no muy lejos de la frontera siria en Antioquía, Turquía. Desde entonces ha estado en mi mente.

Antioquía es hogar de una diminuta comunidad judía que sigue reuniéndose para días de fiesta en la pequeña sinagoga sefardí. También es famosa por su mosaico de mezquitas e iglesias ortodoxa, católica, armenia y protestante. ¿Cómo podía ser que podía ir a una sinagoga en Turquía el sábado en tanto el viernes, justo al otro extremo del río Orontes en Siria, había visitado a rebeldes sunitas del Ejército Libre de Siria envueltos en una guerra civil en la cual alauitas sirios y sunitas se están matando mutuamente con base en sus carnés de identidad, los kurdos están creando su propio enclave, los cristianos se están ocultando y los judíos ya se fueron hace mucho tiempo?

¿Qué nos está diciendo esto? Para mí, eso saca a colación la cuestión de si existen solamente tres opciones de gobierno en Oriente Medio hoy día: Imperios de hierro, puños de hierro o domos de hierro.

La razón por la que las mayorías y minorías coexistieron en relativa armonía durante aproximadamente 400 años cuando el mundo árabe era gobernado por los turcos otomanos de Estambul fue que los otomanos sunitas, con su imperio de hierro, monopolizaron la política. Si bien hubo excepciones, en términos generales los otomanos y sus representantes locales estaban al mando en ciudades como Damasco, Antioquía y Bagdad. Minorías como alauitas, chiitas, cristianos y judíos, si bien ciudadanos de segunda categoría, no tenían que preocuparse de terminar dañados si no gobernaban. Los otomanos tenían una mentalidad de vive y deja vivir hacia sus súbditos.

Cuando Gran Bretaña y Francia trazaron el Imperio Otomano en el Oriente árabe, forjaron las diversas provincias otomanas en estados –con nombres como Irak, Jordania y Siria– que no correspondían con el mapa etnográfico. Así que sunitas, chiitas, alauitas, cristianos, drusos, turcomanos, kurdos y judíos terminaron atrapados, juntos, dentro de las fronteras nacionales que fueron trazadas por así convenir a los intereses de británicos y franceses. Esas potencias coloniales mantenían a todos a raya. Pero, una vez que se retiraron, y estos países se volvieron independientes, empezaron los concursos por el poder, y las minorías quedaron expuestas. Finalmente, al término de los sesenta y setenta, vimos el surgimiento de una clase de dictadores y monarcas árabes que perfeccionaron puños de hierro (y múltiples dependencias de inteligencia) para tomar decisivamente el poder para su secta o tribu; y gobernaron sobre todas las demás comunidades mediante la fuerza.

En Siria, bajo el puño de hierro de la familia Asad, la minoría alauita llegó a gobernar a una mayoría sunita, y en Irak, bajo el puño de hierro de Sadam Husein, una minoría sunita llegó a gobernar a una mayoría chiita. Sin embargo, estos países nunca intentaron construir verdaderos “ciudadanos” que pudieran compartir y rotar pacíficamente en el poder. Así que lo que estamos viendo actualmente en los países del despertar árabe –Siria, Irak, Túnez, Libia, Egipto y Yemen– es lo que ocurre cuando no hay un solo imperio de hierro y el pueblo se alza en contra de los dictadores de puño de hierro. Estamos viendo concursos en marcha por el poder, hasta y a menos que alguien pueda forjar un contrato social para la manera en que las comunidades pueden compartir el poder.

Los israelíes han respondido a la caída de puños de hierro árabes a su alrededor –incluido el ascenso de milicias con misiles en Líbano y Gaza– con un tercer modelo. Es el muro que Israel construyó alrededor de sí para aislar a Cisjordania a la par con su sistema antimisiles domo de hierro. Ambos han tenido un éxito fenomenal, pero a cierto precio. El muro más el domo están permitiendo que los dirigentes de Israel renuncien a su responsabilidad de pensar creativamente sobre una resolución de su propio problema de mayoría-minoría con los palestinos en Cisjordania y el oeste de Jerusalén.

Me asombra lo que veo aquí políticamente. A la derecha, en el Partido Likud, la vieja dirigencia que al menos estaba conectada con el mundo, hablaba inglés y respetaba a la Suprema Corte de Israel, está siendo barrida al margen en las primarias más recientes por un grupo en surgimiento de activistas-colonos ultraconservadores que están convencidos –gracias, en parte, al muro y el domo– de que los palestinos ya no son amenaza alguna y que nadie puede reducir a los 350.000 judíos que viven en Cisjordania. El grupo de la derecha extrema que dirige Israel actualmente es tan arrogante, y tan indiferente a las inquietudes de Estados Unidos, que anunció planes para construir un enorme bloque de asentamientos en el corazón de Cisjordania –en represalia por el voto de Naciones Unidas que le dio a los palestinos estatus de observador– aun cuando EU hizo todo lo posible por bloquear esa votación y los asentamientos eliminarían cualquier posibilidad de un estado palestino contiguo.

En el ínterin, con pocas excepciones, el domo y muro han aislado a grado tal a la izquierda y el centro israelíes de los efectos de la ocupación israelí que sus candidatos principales para las elecciones del 22 de enero –incluidos los del viejo Partido del Trabajo de Yitzhak Rabin– ni siquiera están ofreciendo ideas de paz, sino meramente concediendo el predominio de la derecha con respecto a ese tema y concentrándose en bajar considerablemente los precios de las casas y el tamaño de las clases escolares. Un líder de colonos me dijo que el mayor problema en Cisjordania actualmente son los “embotellamientos viales”.

Me alegra que el muro y el domo de hierro estén resguardando a los israelíes de enemigos que les desean el mal, pero temo que el muro y el domo de hierro también los estén cegando de las verdades que ellos aún necesitan enfrentar con urgencia.

© The New York Times 2012