Alfredo Palacio no está en el olvido. Es como su Eloy Alfaro de bronce que marcha con la espada en alto.

En estos días, por el centenario de su natalicio, se exhibe una muestra retrospectiva de su obra en la Casa del Artista Plástico (barrio Las Peñas).

Alfredo Palacio Moreno nació en la ciudad de Loja, el 9 de agosto de 1912 y murió en Guayaquil el 20 de abril de 1998.

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La última vez que conversamos fue seis meses antes de su fallecimiento –entrevista publicada el 21 de septiembre de 1997 en Diario EL UNIVERSO–. El diálogo se dio en su casa, en la ciudadela Cimas (conocida como Bim Bam Bum).

A sus 85 años, Palacio recordó momentos y a personajes de su intensa vida de artista y maestro de artistas.

Desde muy pequeños, Alfredo y su hermano mayor Daniel Elías, dibujaban en su Loja natal. En 1922 su hermano viajó a estudiar en la Escuela de Bellas Artes, de Quito. Dos años después se le unió Alfredo.

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En 1926 ambos concursaron tras la Beca Alfonso XIII del gobierno de España, igualando con el mejor de los puntajes. Entonces el Cabildo lojano resolvió becar a uno para que ambos asistieran a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde estudiaron desde 1927 hasta 1932. En Madrid, Alfredo, por sus 15 años y pequeña estatura, era apodado El Chaval, apelativo que lo acompañó por siempre.

Aquella tarde de 1997, Palacio, con cierto esfuerzo, evocó a sus célebres amigos de esos días felices en Madrid: “Esta tarde a mi hijo, que ha comprado un disco de Gardel, le contaba que yo me daba el lujo de dar serenata con Gardel”. Todo eso comenzó cuando acudió con dos amigos a la presentación de un cantante argentino aún desconocido en un teatro de barrio.

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El público era tan solo cinco personas: dos españoles, Palacio y sus dos amigos. La función resultó un absoluto fracaso. “Invité a Gardel y a sus músicos a comer, y para que se ahorraran unas pesetas del hospedaje, los invité a trasladarse al local de la Federación Universitaria, de la cual yo llegué a ser tesorero. Y ahí las mesas de billar hicieron de cama a Gardel y sus músicos. Así que usted iba a las ocho de la mañana y se encontraba con los calzoncillos y las medias que habían lavado la noche anterior”, contó esa anécdota entre risas.

También conoció a los poetas Pablo Neruda y César Vallejo: “Eran muy diferentes. La diferencia es que uno era festivo y el otro muy triste. ¡Carajo, cuando uno estaba con César Vallejo daban ganas de llorar!”. Hizo, además, amistad con Salvador Dalí, Pablo Picasso, Pablo Casal, José Carlos Mariátegui y Federico García Lorca a quien retrató.

En 1932 los hermanos Palacio Moreno se vieron obligados a abandonar España por los sucesos políticos de la República. Alfredo, en lugar de viajar a Quito, se quedó en Guayaquil.

En esta ciudad entabló amistad con los artistas y escritores del Grupo de Guayaquil, quienes, según dijo, lo incorporaron. “Yo me sentía muy bien. Era gente estupenda. Yo no creo en los artistas, yo creo en las actitudes, lo que han hecho”, afirmó.

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¿Y cómo debe ser un artista?, le pregunté a Palacio, quien en esos días estaba indignado porque en un documental el pintor colombiano Fernando Botero se refería a sus lujosas casas en diversos países. “Un artista tiene la facilidad de ganar plata, pero no piensa en la plata nunca. La responsabilidad de un artista es tremenda porque un verdadero artista es un testigo idóneo de su época. Yo prefiero que haya buenos hospitales en el mundo a tener una casa en París. Prefiero que en París coman todos los niños. El poeta ruso Vladimir Mayakovsky dice: No creo en Dios porque permite que los niños sufran. Yo tampoco creo en un Dios así”.

En 1941 fue designado director de la Escuela Municipal de Bellas Artes, de la que decía con orgullo: “Debe saber que la Escuela que yo fundé no tiene nada que ver con las academias europeas, porque en Europa se necesita un título de bachiller, aquí lo que se necesitaba era ser artista. Entonces se sentaban al lado un universitario y un estibador, y ambos eran artistas”.

En dicha Escuela estudiaron los excelentes pintores: Luis Miranda, Enrique Tábara, Estuardo Maldonado, Bolívar Peñafiel, Theo Constante, Félix Aráuz, Ana von Buchwald, Yela Loffredo, Judith Gutiérrez, Roosevelt Cruz, Juan Villafuerte, José Carreño, Oswaldo Cercado, entre otros artistas, alumnos de Palacio.

En 1972, durante la dictadura del general Guillermo Rodríguez Lara –gobierno autoproclamado revolucionario y socialista–, Alfredo Palacio dejó Bellas Artes. “Me obligaron a salir y casi me muero –aclaró–, porque yo estaba en plena lucha”. ¿Fue afiliado al Partido Comunista?, le pregunté. “Nunca fui afiliado. Me considero un comunista de hecho”, manifestó con firmeza.

Es numerosa y valiosa su obra, siendo su monumento al general Eloy Alfaro, la más conocida y valorada. Inaugurada en 1958 en la avenida de las Américas, en el 2006 fue reinaugurada en el Complejo Unidad Nacional.

“Este monumento constituye su obra más importante por su grandiosidad y expresividad, por la fuerza de sus figuras que se entrelazan hasta formar una masa compacta de seres desnudos que simbolizan el sentido revolucionario de esa gesta”, comentó Rodolfo Pérez Pimentel en la biografía de Palacio Moreno.

Sobre esa obra, en la entrevista, él manifestó: “Le digo sinceramente que no yo, sino el país debiera estar orgulloso de esa obra. El famoso no empujen –dijo con buen humor– es la obra más grande, es el anhelo interpretado de la masa por mejores días. Interpretado por un solo hombre que conduce al pueblo. Tanto así que cuando los obreros salían en marchas de protestas y pasaban por ahí gritaban entusiasmados: ¡Viva, Alfaro, carajo!”.

Al final de esa conversación indagué cómo le gustaría ser recordado y respondió: “Con mucho cariño. Mire, cuando me entregaron ese premio –señaló de un reconocimiento a su tarea de formador de artistas– dije que yo me consideraba realizado porque había hecho lo que había querido en la vida, aunque no tenía plata, me sentía feliz”, comentó satisfecho.

Asimismo, cuando cumplió 80 años declaró: “Durante mi larga carrera profesional he pintado y esculpido centenares de obras dedicadas a artistas, héroes, maestros, deportistas, caudillos populares, hombres de negocios, intelectuales, filántropos, sabios, hermosas modelos, periodistas y demás profesionales, pero mis manos jamás inmortalizarán la figura de ningún sátrapa”. Alfredo Palacio no está en el olvido. Es de bronce y aún palpita.