No fue el bombo del premio lo que me puso a la expectativa de esta novela, no. Fueron las primeras ideas expresadas por su autor. Hubo un clic emocional, una curiosidad irrefrenable. Traía como membrete el Premio Planeta-Casa América, conseguido en su quinta convocatoria, asunto al que no le doy mucha importancia porque las buenas novelas no requieren de premios para inundarnos con su efectividad comunicativa.
Jorge Volpi me había llamado la atención con su propuesta de aproximar literatura y ciencia. Un cuento con personajes matemáticos y fórmulas en discusión había sido suficiente para admirar su filuda narrativa. La lectura rápida no es buena para meditar sobre una ficción muy esperada, pero se cae en las prisas malasconsejeras. Y hay que volver sobre las páginas para organizar en ideas lo que ingresó como vivencia. Aquí vamos.
Otra vez Volpi invadió territorios complejos para novelar. Primero, eligió personajes reales que vienen cargados con su propio perfil –que si los conocemos pone velos deformantes a lo que encontramos, personajes de ficción– y creó una historia ligada a prácticas de terapia psicoanalítica. Es un mérito el hallazgo de esos seres ligados en redes afectivas intrincadas. De dos parejas comprometidas con otros, brota el vínculo inextricable de Christiana Morgan y Harry Murray, los constructores de una díada, los exploradores de todos los nexos posibles entre dos seres humanos. ¿Afinidad, profesión, asomo a los infiernos interiores en mirada doble, proyectos de investigación y escritura, todo eso une, todo eso ata, para construir y destruir, simultáneamente?
La novela está levantada sobre la estructura de una sinfonía e inventa a partir de los archivos científicos y documentos personales de los protagonistas. En el trasfondo del experimento relacional asoman ciertas actuaciones de Carl Gustav Jung como terapeuta de Christiana, que más parece un depredador de sus testimonios y visiones que un científico mesurado que la ayudara a asumirse como mujer autónoma y también investigadora del alma humana. Estamos frente a un texto que renuncia a la puntuación tradicional, que alterna voces narrativas y persigue con denuedo una difícil feminidad en varios tiempos.
¿Se sirvió Harry de Christiana? Acaso las “mujeres inspiradoras”, ideal que él buscaba y no encontró en su cónyuge, están para servir y ser tomadas y no para la real equidad de una relación heterosexual? Por ese despeñadero rueda un nexo tortuoso y lacerante en el cual, en esta como en muchas otras ocasiones, naufraga una mujer y sobrevive un hombre. Volpi no hace concesiones a la hora de dibujar el “desasosegante buscar de otros cuerpos”, como sostiene en otro libro, que explica desde la sobrevivencia de la especie hasta la incompletud humana. El otro es el problema. El otro, necesario e invasor; buscado y repelido.
A ratos, pesa demasiado la carga menos narrativa de la novela: la descripción de los sueños, dirigidas al psicoanalista, las disquisiciones profesionales del círculo académico de Boston, los dibujos e imágenes que tratan de mostrar la batalla interior de Christiana. Pero el texto llama al lector a una esforzada lectura de la conjunción de los signos, hasta de los silencios.
Novela de amor en la que no triunfa el amor, podría ser otro de los dictámenes que se ganara. Empeño de creación de un vínculo entre esos desheredados de la vida que pueden ser los enamorados desiguales. Literariamente, un logro, una lectura para meditar.