El triunfo de Ollanta Humala nos recuerda que el crecimiento económico no lo es todo ni es suficiente, en especial para un pueblo donde aún abunda la pobreza. A pesar que Perú es una de las economías más crecientes de América Latina de la última década, su pueblo nos mostró que no está del todo satisfecho con lo que está pasando. Tomó una decisión arriesgada, aun cuando tuvo opciones de candidatos que fueron parte activa de esta época de bonanza, como el expresidente Alejandro Toledo. Elegirlo a él hubiera sido una decisión más conservadora desde el punto de vista estrictamente económico, como hubiera sido también la elección de Keiko Fujimori, hija del expresidente, cuyo gobierno inició la curva ascendente de la economía peruana al inicio de los noventa. Pero en cambio el pueblo decidió otro camino, quiso tomar el riesgo que sabían simbolizaba la imagen de Ollanta Humala, y que se plasmó en hechos reales, pocas horas después de haber sido electo, con la caída más grande de la historia de la Bolsa de Lima.

El crecimiento económico parece no haber sido lo suficientemente profundo y ágil para que este pueblo se sienta en la necesidad de defenderlo. La pobreza se redujo en estos años de crecimiento, pero a un ritmo más lento de lo que crece la ansiedad del que aún es pobre. El discurso de Humala fue más social que el de su contrincante, tocó nervios en cuerpos donde aún hay un abismo de necesidades, y la gente decidió creerle. Keiko cargó la cruz de los abusos de su padre, y no sonaba tan convincente en temas sociales. En nuestra América Latina el discurso social sigue siendo fértil en votos. Un pueblo olvidado se identifica más rápido con el candidato que habla de oportunidades, de salud y de educación, que con aquel que habla de libertad de mercado y de expresión. La histórica desigualdad económica ha sido la madre de los caudillos y turbios mesías que este continente ha visto crecer, y a la vez se ha autoalimentado de ellos hasta convertirse en un monstruo fornido y más difícil de vencer.

Humala en sus primeros días como presidente electo del Perú ha dado muestras que pretende sostener el crecimiento económico de su país, con respeto a sus socios comerciales, aunque haciendo énfasis en las mejoras sociales. Mantener lo que está bien, y cambiar lo que no funciona fue uno de sus mensajes. Una visión balanceada y práctica, por lo menos en el discurso, y alejada de rabietas de adolescente tan comunes en nuestra región durante la última década. El modelo venezolano va en vía de extinción. Siendo uno de los países de mayores recursos de hidrocarburos del planeta, reportó en el 2010 el índice de inflación más alto, y la inversión extranjera directa más baja, de Latinoamérica.

Nuestros países deben exigirle a sus gobernantes posturas equilibradas, aunque nunca desapasionadas. Se requiere de políticos que gobiernen con la misma pasión por el emprendimiento privado y su productividad, como por la salud, la educación y el justo pago de impuestos. Que el fin sea lo social, y el medio lo productivo. Un gobierno con corazón de izquierda pero con mente de derecha. A dos años de una nueva elección presidencial en el Ecuador, llena de entusiasmo soñar con gente nueva.