El término “victoria pírrica” proviene de Pirro, rey de Epiro, quien en sus batallas contra los romanos obtuvo victorias tan costosas en vidas y en gastos, que cuando uno de sus generales le felicitó por la última, su rey le respondió: “Otra victoria como esta y estaremos perdidos”. Cuando el gobierno del presidente Rafael Correa inventó esta, su reciente consulta-referéndum (¿será la última?), sus estrategas y augures le garantizaron que la ganarían holgadamente y sin ningún costo para ellos, porque es el pueblo ecuatoriano el que paga las campañas y propagandas gubernamentales. Pero, de confirmarse la tendencia que se insinúa en los escrutinios iniciales, en el mejor de los casos el Gobierno obtendrá una victoria pírrica, o más bien una victoria “de a Pirro”.
Está en primer lugar el gasto millonario en propaganda oficial por el “sí”, del cual es improbable que nuestro timorato CNE pida cuentas al Gobierno e imposible que este se las dé. Los ecuatorianos somos conscientes de que hemos solventado ese gasto de diversas maneras, pero seguramente no hay manera de que un ciudadano común pueda demandar explicaciones al Gobierno por ello. La victoria del Gobierno es pérdida de un dinero público que podría tener mejor destino, aunque la retórica sofística en la que este Gobierno es insuperable, dirá que es una “inversión para beneficio del país”. Igual dirá de la disminución de productividad generada por el hecho de que, durante estas semanas, muchos funcionarios han sido distraídos de sus obligaciones para dedicarse a la campaña, de manera voluntaria o “voluntaria”.
Otra pérdida importante es el incremento de la división entre ecuatorianos y el alejamiento de cualquier posibilidad de construcción de un proyecto nacional. En realidad esta no es una pérdida que le preocupe demasiado a este Gobierno, porque este fabricó esa bipolarización para medrar de ella, construyendo así sus victorias y sosteniendo un discurso que apela por igual al amor al líder y al odio al enemigo. De la misma manera, este Gobierno jamás admitirá el costo doloroso que ha tenido esta aventura para sus filas en términos de disidencias, o de públicas definiciones de algunos exsocios que mantenían una posición tibia y que en esta campaña han encabezado el pronunciamiento por el “no”. Frente a ello, seguramente dirán que este proceso ha tenido el valor de una “depuración”, aunque se trate más bien de “purgas” del tipo “estalinismo light”.
Pero la pérdida más importante es la verificación del innegable desgaste de la figura y el estilo del presidente Correa, sobrevendido por su aparato de propaganda como un producto mediático, y sobreexpuesto por su propio deseo en las tarimas y ante las cámaras, para que todos constatemos que su sentido del humor, sus pasiones, sus argumentos y su discurso, ya no representan ninguna novedad y no ofrecen mayor variación posible. Hay una incipiente sensación de previsibilidad y hartazgo con su imagen, incluso entre algunos que simpatizaban con él hasta hace poco. Pero, lo peor de todo es que quizás este régimen no tenga la capacidad de admitir errores y de emprender rectificaciones en beneficio de un país que acaba de demostrar que quiere la unión y que es más noble y más grande que su gobierno.