BARCELONA, España
A Osías Stutman me lo encuentro en Barcelona siempre por azar. Pero nos cruzamos tantas veces que empiezo a sospechar que el azar es electivo, como sugería Breton. Alguna coordenada debe haber para que nos encontremos sin citarnos. La coordenada seguramente es poética, no por la situación, que suele ser banal y con meses de distancia, sino porque él es poeta. Nacido en 1933 en Buenos Aires, vivió una larga temporada en los Estados Unidos y desde 1999 vive en Barcelona. La palabra vivir puede sugerir un ajetreo que no encuentro en él, que más bien transmite un demorarse en una pausa serena –y una pausa real, que explicaré más adelante– pero que quizá se entienda porque Stutman no hace vida literaria, o al menos no la hacía, dedicado tantos años a su otro oficio, el de investigador científico, experto en inmunología. Esto me lleva a la metáfora próxima de imaginarlo inmune a los ritmos nerviosos de Barcelona, donde se mueve con paso sereno, como si siguiera tarjando su obra. De tanto en tanto, sus poemas aparecen por aquí y por allá en revistas y se corona años después en una recopilación que responde sobre el norte al que se dirigían sus largos silencios. O como lo dice él mismo en uno de sus versos: “soy el humo en el disparo del fusil”.
Su último libro, La vida galante y otros poemas, publicado en 2008 por la editorial argentina Huesos de Jibia, a veces se encuentra en librerías y desaparece de inmediato, dejándonos en vilo para que resuene lo que ha escrito. Esta actitud tiene algo de galante, si me remito al adjetivo de su último título, y algo tiene también de procedimiento científico, porque se encierra en su laboratorio espartano y se contiene para publicar libros con intervalos de décadas, como lo hizo con la pausa real de veinte años entre 1970 y 1990, en la que no publicó nada. Así, cada aparición suya es como la de una vida ya no solo galante sino nueva. Cuando me lo encuentro me sorprende involuntariamente con un verso o una anécdota con Borges, con Antonio Porchia, con Mujica Lainez, a quienes pudo conocer; no olvidemos que Osías Stutman ronda los setenta y siete años, pero es como si estuviera empezando. A veces creo que es un poeta inédito, no por falta de libros, que ya tiene varios publicados, sino porque el día que se recopilen en uno solo la sorpresa será mayor, como si hubiera nacido un poeta nuevo y todos se fueran a preguntar: ¿dónde estabas, Osías Stutman?
Por suerte, él está curado de exhibiciones y prensa y no deja de recordar sus queridas fuentes, entre ellas las surrealistas, de las que sigue bebiendo. Por algo será que escribió sobre ese maestro del silencio y del pensamiento, Porchia, insistiendo en su influencia invisible. Dice Stutman: “La influencia (de Porchia) está en todo, pero ninguno lo quiere saber. / La influencia (de Porchia) está en todos, y todos lo saben. / Antonio Porchia existe más porque nadie sabe quién es”.
Sí sabemos quién es Osías Stutman, o al menos ya lo sospechamos.