El pasado mes de febrero, cuando Cuenca reclamaba por los niveles de seguridad en el país, el Municipio local decidió importar desde Colombia un experto en seguridad ciudadana para que plantee un “diagnóstico situacional” de los actos delictivos en la región.
Entre las obviedades que dijo el experto, se refirió a ciertos programas de televisión “de habla colombiana”, como diría un xenófobo, que se emiten en formato de telenovela y constituyen un canal para difundir conductas delincuenciales reales en espacios de supuesta ficción televisiva. Producciones que se difunden luego de los noticieros –con inevitables contenidos violentos– y que provocarían en los espectadores dificultad para distinguir entre violencia real y de ficción.
Con esta idea en mente, recorro los archivos digitales de los medios impresos, de norte a sur del Ecuador, para dar con los “delitos reales” que puedan ser considerados “de ficción” –y viceversa–.
Segundo, padre de familia, estrangula a sus dos hijos menores de edad y telefonea a su esposa para pedirle que recoja los cadáveres en el establecimiento donde trabajaban como conserjes. Ocurrió en Tulcán, el domingo nueve de enero, en el interior de la Escuela Fe y Alegría; el hombre enloqueció porque su esposa lo abandonó por otro. Esto es real.
La “escena del crimen” detallada por la prensa local, describe una humilde habitación en cuya única cama están los cadáveres de los niños y en medio el asesino con un corte en el cuello, por un fallido intento de autoeliminarse.
Dos días después, padres de familia y profesores de dicha escuela organizan una marcha ¡en respaldo al hombre y lanzando consignas contra la mujer, verdadera culpable de la tragedia por irse con otro! Esto, no es ficción.
El seis de febrero anterior, Iván invita a su esposa Ana Lucía a buscar una solución al problema conyugal que arrastraban desde hace seis meses. En un descuido, le provoca un corte profundo en la garganta dividiendo tráquea y esófago. Iván la lleva hasta un lugar apartado de Tulcán y la abandona creyéndola muerta, pero estaba viva.
Un taxista la encuentra agonizante, llama a los bomberos que canalizan sus vías respiratorias, la llevan al hospital donde la reaniman pese a que su cabeza se sostenía únicamente por la columna vertebral y músculos laterales. Mediante señas, pide papel y lápiz con los que escribe el nombre del asesino, una dirección y un número telefónico. Luego de denunciar a su verdugo, fallece. Esto tampoco es ficción.
Marcelo es un ibarreño al que una noche de una fecha que no quiere recordar, lo asaltan cinco personas. Le garrotean, cortan el rostro y lo abandonan desnudo. Minutos después llega un patrullero, lo encuentran balbuceante y ensangrentado, pero lo apresan “por impúdico” y estar ebrio la mañana de un lunes. No es ficción, es real.
Hasta este punto, y porque el espacio no da para más, podemos arribar a una primera conclusión: el experto llegó tarde a decirnos que la “violencia de ficción” puede confundirse con la “violencia real”, porque por más inverosímil que parezca, los casos anteriores superan cualquier ficción.
La única ficción que existe, creo, es la cadena de valores humanos en una realidad que ignoramos.